Un informe publicado por un panel de la ONU dedicado a estudiar el estado de los ecosistemas señala a las actividades de los seres humanos como causa directa de la pérdida masiva de biodiversidad.

De los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) pautados por Naciones Unidas para preservar el planeta y mejorar la calidad de vida de los que viven en él de cara a 2050, dos se refieren específicamente a la urgencia de detener –y en el mejor de los casos, revertir– la pérdida de biodiversidad. No es para menos. El panel independiente de la ONU encargado de valorar el estado de los ecosistemas del planeta, la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES), acaba de presentar un informe que alerta de que un millón de especies animales y vegetales de todo el mundo están al borde de la extinción.

Habitualmente se señala al cambio climático como uno de los principales causantes de la pérdida de la biodiversidad. Pero no es el único y parece ser que tampoco el primero. Los expertos de IPBES equiparan sus efectos a los de la actividad humana como factor detonante y acelerador de la decadencia de la naturaleza. El informe, el más completo realizado hasta el momento, no deja lugar a dudas: la desaparición de animales y plantas ha alcanzado un ritmo sin precedentes en la historia de la humanidad y la tasa de extinción de especies es centenares de veces más alta que la media de los últimos millones de años.

La actividad humana ha modificado el 75% de los ecosistemas terrestres y el 40% de los marinos

Estos datos son fruto de tres años de investigaciones lideradas por 140 expertos y 350 especialistas externos, que han culminado en una clasificación pionera de las causas de la degradación según su impacto negativo en el planeta. En primer lugar, se encuentran los cambios provocados por los seres humanos en la superficie del globo. Se estima que, en los últimos años, cerca del 75% de los ambientes terrestres y el 40% de los ecosistemas marinos han sido gravemente modificados. Los científicos apuntan a la sobreexplotación, al uso de químicos y a la creciente disminución de polinizadores (abejas o avispas, entre otros insectos), de los que dependen un 75% de las cosechas mundiales, como principales degradantes de las tierras que, a su vez, han reducido un 23% su rendimiento. Y las cifras van in crescendo: desde el año 1.500, el ser humano ha propiciado la desaparición de 680 tipos de vertebrados: de aquí a tres décadas podría ser un millón de los ocho que existen actualmente.

Al exceso del rendimiento de las tierras le sigue la sobreexplotación de los recursos pesqueros, una actividad que ya en 2015 alcanzó unos niveles insostenibles por el aumento de pesca industrial e intensiva: el 33% de las especies de peces comerciales están sobreexplotadas. También el cambio climático y el incremento de las emisiones de CO2, la contaminación de plásticos en los océanos y la llegada de especies foráneas invasoras, que a su vez han aumentado un 70% desde 1970 por la pérdida de sus hábitats naturales, suponen un gran desafío para la supervivencia del 25% de las especies. De hecho, ninguna categoría animal es inmune a estas previsiones. Más de un 40% de las especies de anfibios, casi un tercio de los arrecifes, coralinos y especies similares, así como un tercio de los mamíferos marinos corren el riesgo de desaparecer. También un 10% de las especies de insectospodrían ver amenazada su supervivencia, si bien los expertos reconocen la dificultad de realizar una estimación con este tipo de animales.

El 33% de las especies de peces comerciales están sobreexplotadas

«La salud de los ecosistemas, de los que dependemos nosotros y el resto de especies, se deteriora más rápido que nunca. Estamos erosionando los fundamentos de nuestras sociedades, economías, seguridad alimentaria y de salud y, en general, la calidad de vida de todo el mundo», ha explicado el presidente de IPBES , Robert Watson, en declaraciones posteriores a la presentación de los resultados. Watson asegura que «todavía no es demasiado tarde», pero reclama un cambio inmediato, urgente y radical en la estructura y la dinámica de la sociedad global. Así, a pesar de no se trata de una sentencia inapelable, el informe recuerda que el tiempo apremia. Además de continuar con el esfuerzo de limitar la temperatura planetaria en 1,5 grados, salvar el mundo y a sus habitantes pasa también por ser conscientes del impacto que tiene el modelo productivo actual y, sobre todo, comenzar a caminar (o correr) hacia uno más sostenible.