Los niños y las niñas – sólo lo diré una vez – ya nos habían adelantado el goce y el jolgorio durante buena parte de la semana; bicicletas, patines y sobre todo, patinetes, tomaron las calles, las plazas y los parques – allí donde se les permitía -. Para no ser menos, los mayores lo hicieron este sábado y este domingo. Nunca había visto tantos runners en la calle, o yo no les prestaba antes la debida atención o unos cuantos miles han decidido lanzarse a pisar aceras aprovechando este esperado recreo.
Escribo estas líneas al atardecer del domingo. La gente se ha lanzado a la calle en busca de una tarde-noche preciosa y con una temperatura ideal. Desde el balcón de casa mis plantas se han despertado a un adelantado verano sin saber que, la semana que viene, vuelve otra vez la primavera. Desde mi atalaya puedo ver pueblos, polígonos y carreteras que antes permanecían ocultas detrás de un cielo contaminado. Los vecinos han dejado de ser unos desconocidos y pueblan terrazas y balcones como no lo habían hecho antes. Aplaudimos juntos y escuchamos las mismas canciones obsequio estimulante de una vecina que además organiza partidas de bingo entre los edificios colindantes. Es la hora del recreo, lo ha sido todo el día
Y medito cual filósofo que, tal vez, tendríamos cada año que dedicar un mes al descanso total, para nosotros y para la Naturaleza. Tal vez, lo que ha ocurrido, sea un aviso, una advertencia. Reivindico un mes al año en el que se detuvieran todos los efectos contaminantes y el stress del trabajo – para los que lo tienen – . Sería un mes para formarnos, para estar en familia, para intimar con los vecinos y con el tendero, para limpiar el hogar, el espíritu y recuperar el sueño tranquilo y reposado. Y no hablo de caravanas, aeropuertos, colas, playas y pistas de nieve abarrotadas, discotecas veraniegas y todo lo que conlleva lo que llamamos vacaciones. Sería un mes sabático.
La contaminación atmosférica se contendría en un ciclo mensual al año. Menos producción, sí, pero más futuro. ¿Menos trabajo?, no me hagan reír, a los sueldos actuales pagar cincuenta o sesenta días en vez de los treinta vacacionales no sería, con el apoyo del estado, un gravísimo inconveniente, digan lo que digan. ¿Menos beneficios?, tal vez, pero las bajas laborales también serían menos, menos materia prima y carburantes y también se pagarían menos impuestos.
Sí, ya sé, el sol de este mediodía de primavera veraniega me ha ablandado el seso. Pero es que me gusta la utopía, ya ven. Quiero que el planeta dure más, que la producción sea sostenible y que el ser humano sea más feliz.
En resumen, ¡quiero más horas de recreo!, aunque sean en mi barrio.
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