Lo vemos a diario cuando escuchas manifestaciones que te lo corrroboran, y baste con el ejemplo de la mañana del viernes pasado, mientras desayunaba, un sadwich y una naranjada, me llegó el vocerío, y nunca mejor dicho, de una joven pareja que socializaba sueños, eso sí, imposibles de llevar a cabo con sus equivocados argumentos. Entre lo que tuve que escuchar, no porque yo deseara enterarme de lo que entre ellos hablaban, se podía notar que parecía, por el tono de voz que utilizaban, que deseaban que todos, pocos por el tema de la indeseada pandemia, los que allí nos encontrábamos, escucharan su dominio de la filosofía y de la literatura, mencionando a varios autores, aunque sólo citaran a los más conocidos, los que la mayoría ha escuchado, ¡sólo escuchado y no leído!, alguna vez.
Después de un desayuno ilustrado, con mil y un detalles, todo terminó con el deseo de ser alguien en la vida y, según sus propias palabras, no como los chicos y chicas de su barrio que sólo estaban interesados en divertirse, pero su interpretación, la de uno de ellos, finalizó con una frase lapidaria: »No me gusta nada estudiar porque pienso que pierdo el tiempo y además me aburro.» Quise decirles, pero, como se puede suponer, no lo hice, que todo, o casi todo, por mi propia experiencia, puedo afirmar que es posible, pero no sin esfuerzo y voluntad, muchísima voluntad, además de la capacidad que poseas para conseguir tus propósitos. Soy consciente que la técnica, lo relacionado con la tecnología, o la física, la química o la medicina, por poner algunos ejemplos, no era lo mío, aunque mi mamá siempre me dijo que por qué no había estudiado para médico pues era algo que me podía aportar mejores dividendos, eso decía ella, que todo lo que había estudiado y yo, siempre le contesté, con una sonrisa, que si no hubiese estudiado lo que estudié no habría sido todo lo feliz que he sido y además poco me importaba el dinero y sí la satisfacción de hacer lo que realmente deseaba.
Estuvo muy acertado el poeta alemán Ernst Moritz Arndt cuando escribió: »El hombre es capaz de grandes hechos cuando se ha sabido librar de la pereza y siente confianza en que ha de lograr lo que seriamente se propone.» Y es que muchas cosas en la vida se consiguen con laboriosidad y esfuerzo, con fe e ilusión en que casi todo es posible si en verdad así se desea, haciendo que los inciales sueños, con el paso de los años, se conviertan en deseadas realidades. He de decir que la mayoría de mis sueños de niño y de adolescente se hicieron realidad aunque sólo yo confiara en ello pues el resto se reía de las ocurrencias del niño que jugaba con las sombras y le hablaba los barrancos y es por ello que pasado el tiempo me encandiló Julius Grosse pues, entre otras muchas enseñanzas, como puede ser que siempre se debe hacer aquello que te llama, lo que realmente te gusta, si deseas ser feliz, y no lo que deseen otros que se deba hacer y es por ello que abandonó la arquitectura y el derecho para dedicarse por entero a la literatura, dejándonos joyas como: «Nuestra suerte no se haya fuera de nosotros, sino en nosotros mismos y en nuestra voluntad.» A mí, el valor de la voluntad me ha supuesto conseguir hacer realidad muchos logros que otros calificaran, en su momento, como mis utópicas quimeras. Siempre fui firme, a pesar de mi timidez, y la palabra rendición decidí cambiarla por convicción y cuando las dudas querían hacerse sitio, sacaba mi carácter, que también lo tengo, y las enviaba a meditar al rincón de las reflexiones positivas.
El tiempo ha demostrado que lo que se creyó quimeras fueran, pasadas las hojas de los calendarios, realidades que otros, creo que por pereza o por falta de confianza en sí mismos, definieron como imposibles. Algunos de ellos, no todos, hoy en día me lo comentan y si he de ser sincero yo mismo me pregunto de dónde saqué aquella fuerza y convicción. Creo que la respuesta es la voluntad y la creencia en tus propias posibilidades, sirviendo como estímulo el sumatorio de los logros, ver como los imposibles iban siendo vencidos, con el poder de la humildad y del trabajo, sin nunca olvidarme que también el juego y la diversión, el deporte y la preparacción física y mental, eran los complementos más adecuados.
Decía mi admirado León Felipe, en uno de sus versos, «Yo no sé muchas cosas, es verdad.» Desde que tengo uso de razón, o quizá algo más tarde, me repito lo poco que sé, algo así como el tan trillado y clásico dicho del sólo sé que no sé nada, y es por ello que me esfuerzo, día sí y otro también, en seguir aprendiendo, en seguir viviendo intensamente cada instante, siendo la motivación una constante que vence a todo aquello que pudiera ser obstáculo en el camino. Como me decía mi gran amiga, la pintora y poeta canaria Pino Ojeda (1916-2002) que aprovecho para invitarles a que la lean y la conozcan, debes siempre esquivar las grandes piedras que hacen imposible el avance y tener cuidado con no tropezar en las más pequeñas, esas que se nos hacen invisibles. Su lenguaje metafórico hacía alusión a todo lo que tuvo que superar de aquellos que en vez de crecer se ocupaban de que la voluntad de los otros se contagiara de la pereza, la hacedora de los conformistas, si no desprestigiando (por ser benévolos con ellos) opacando o haciendo el vacío a aquellos que no comulgan con los dictados de los que se erigen en guías y ejemplos, olvidándose que en el respeto al otro, en la tolerancia y en el poder de la diversidad encontramos la verdadera la grandeza.
Juan Francisco Santana Domínguez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.
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