Hace apenas unos días, y desde esta misma tribuna, escribí un artículo en defensa de la libertad de expresión. La figura y pretexto para mis manifestaciones era el del encarcelamiento del rapero Pablo Hasél.

El escrito tuvo la virtud de ser apoyado y contestado por docenas de lectores a quienes agradezco su lectura y sus comentarios a favor y en contra, porque no hacen sino acrecentar mi opinión sobre el derecho de todo ciudadano a decir lo que opina, siempre que no incluya calumnias ni embaucadoras mentiras con fines espurios.

Durante estos días numerosas manifestaciones en muchas partes de España han reivindicado este derecho. Miles de ciudadanos, que saben que lo que está en juego es muy importante. Tanto, que nada tiene que ver con expresiones de violencia de unos pocos, a los que nada les importan las libertades –excepto las suyas–. Violencia organizada que tan poco ayuda a la pretensión ciudadana, ni tan siquiera a Hasél.

No creo en la violencia ni en los violentos. Y menos a todos esos que dicen estar en contra del capitalismo y del sistema y roban artículos de lujo. No creo ni en su buen entendimiento, cuando atacan la cultura arrojando piedras al Palau de la Música. No son revolucionarios, son el lumpen; manejables y estúpidos.

Debería Hesél, como me comentó ayer un amigo, desmarcarse de los violentos. Declarar que él nada tiene que ver con los despropósitos y excesos de los bárbaros, que su violencia gratuita también limita las libertades ciudadanas porque impide la tranquilidad y amenaza a la paz. Porque no son libertarios, solo alborotadores.

Y por eso me asombra la tibieza, el miedo y el despropósito de la Generalitat de Catalunya, dejando con el culo al aire a los Mossos, por intereses no confesables. Manifestando que habría que cambiar cosas en la policía autonómica. ¿Y por qué no a sus responsable políticos?

Por eso digo no a la violencia; no a los ineptos; no a los políticos que la excusan y un no rotundo a los revolucionarios de pacotilla. Y por eso digo no, y lo siento en el alma, a la reciente actitud de Pablo Hasél que echa por tierra todos los esfuerzos de las gentes que hemos apoyado su causa. No se puede pedir clasistamente una celda individual porque son pequeñas –díselo al llorado Mandela– y no se puede negar a limpiarla, esperando que lo hagan otros por él; NO. Y menos con la excusa de que esto significaría reconocer que es culpable, cuando para demostrar su no culpabilidad está luchando mucha gente. Así que, Pablo, comparte celda con otro compañero y coge la fregona hasta que recobres la libertad. La verdadera revolución, amigo, está también en nuestras actitudes.