Estuve el pasado mes de agosto en Marruecos. Fue una visita turística, pero uno no puede evitar escudriñar como articulista a nuestros vecinos, entre otras cosas, para formarse una opinión de cómo evoluciona la sociedad en el país desde el que tantos de sus hijos sueñan llegar a nuestro entorno consumista y económicamente convulsionado.
Debo reconocer que me sentí bien acogido, sus gentes me parecieron, en general, amables y cordiales. Sus calles se me mostraron llenas de colorido y de vida y la luz de su cielo, espectacular. Somos diferentes, pero no distintos y no vean en eso un recurso dialéctico. En la primera acepción trato de definir el hecho de que nuestras sociedades tienen realidades y existencias desemejantes, en la segunda busco afirmar que nuestros deseos, virtudes o defectos son los mismos. Ambos pueblos tenemos conceptos iguales respecto a la búsqueda de la felicidad, la amistad o el amor; es decir coincidimos en sentimientos. Sin embargo, la cultura, la lengua, el entorno y las leyes no diferencian como sociedad. ¿Quién tiene razón? Tal vez nadie.
Cuando todo está en entredicho, cuando los estados del llamado primer mundo, andan redefiniendo el modelo social bajo el que han amparado y excusado sus actitudes y sus leyes, dar consejos a los demás sería inoportuno y hasta risorio; si no fuese porque los habitantes de los países del segundo y tercer mundo – como les llamamos -, se pirran por nuestro modelo y sus gobiernos se mueren – nunca mejor dicho – para que se les considere países emergentes. Es curioso, ahora que nuestro sistema se hunde, a los que tratan de imitarlo se les llama emergentes. ¿No les parece gracioso?
Como ven, podemos poner en entredicho y en discusión muchas de las formas de vida y de convivencia, siempre con el oportuno respeto a sistemas, filosofías, religiones y leyes. Pero hay algo universal, básico e intocable: la libertad. Me importan un bledo todas las teorías y sistemas político-filosóficos que escudándose en el bienestar social, privan al individuo de sus libertades esenciales. Sin embargo, las formas individuales deben respetar las de los demás y por eso existen legislaciones y códigos que controlan que el libre albedrío de unos no perjudique a los demás. Las leyes que impone una sociedad para vivir en su seno, sean morales o jurídicas, deben ser respetadas por los individuos que quieren integrarse en ellas o están obligados por jurisprudencia, nacionalidad o credo. Y no obstante, sigo manteniendo el derecho excelso del ser humano a expresar sus ideas y sus pensamientos… siempre que no trate de imponerlos a otros o perjudiquen a terceros.
Como les contaba, mi feliz estancia en Marruecos pasó, entre otros bellos lugares, por Tetuán. La otrora ciudad colonial española estaba engalanada por la estancia, durante el mes de agosto, de sus majestades la princesa Lalla Salma y el rey Mohamed VI. La ciudad estaba vigilada por policías, ejército y la guardia real. Nos acostumbramos a que cada llegada de la comitiva real, representara un gran despliegue de seguridad por todo el entorno del Palacio Real y sus aledaños, incluida la Medina.
Asistimos casualmente a uno de los arribos del rey a la plaza. La guardia de honor del palacio la formaba un componente de cada una de las distintas fuerzas del ejército marroquí, ataviadas con sus uniformes de gala. Traté como un turista más de fotografiar a los soldados; la policía, que tenía acordonada la plaza, me lo impidió. Pedí ver a uno de los jefes de seguridad y le mostré mi carné de periodista. El oficial siguió con la misma cantinela que los guardias: estaba prohibido hacer fotos. Comprendí que por ordenanza, por educación o por sistema, así lo habían decidido y lo acepté. Esperamos la llegada de Mohamed VI que apareció condiciendo él mismo su automóvil. Los vítores de las gentes que llenaban la plaza retumbaron en el cielo tetuaní. Entraron Sus Majestades en el palacio y las fuerzas de seguridad se relajaron un poco. La situación me recordó a la España de principios de los 60, así era.
Vi en los marroquíes respeto por la corona Alauita o por lo menos, indiferencia positiva. La gente siguió con sus cosas y los turistas con nuestras visitas.
Hoy leo en una noticia de Agencia que un joven marroquí de cumple desde el pasado 13 de septiembre, 18 meses de cárcel por una sentencia muy discutible. El estado anímico del muchacho, según cuenta su padre Mohamed Belaasal, es crítico. Además de su prisión, su juventud, tiene 18 años, le impiden ver con claridad el porqué de su reclusión. ¿Cuál ha sido el delito cometido por Yasín? Modificó el lema nacional de la corona: “Dios, patria y rey” por el de: “Dios, patria y Barça” y lo escribió en la pizarra de su Instituto.
El director del centro denunció a las autoridades la “felonía” del chaval. El resto puede adivinarse, una sentencia muy discutible ha llevado a Yasín a la cárcel y aquí entra de lleno todo un concepto de las leyes basadas en interpretaciones y servilismos de legisladores. Lo primero que hay que sospesar sobre un delito es el daño causado o la intención. Estoy completamente seguro de que Mahamed VI ni se ha enterado de la rigidez extrema de sus jueces y que nadie ha tomado como afrenta la sustitución del monarca por un conjunto deportivo. En cuanto la intención de ofender es nula de procedimiento puesto que no hay un ataque a la figura real.
Sólo hay dos consideraciones para este asunto. La primera de carácter social. La admiración de un joven marroquí por un sistema de vida que cada día le venden. Se asombrarían ustedes – probablemente muchos ya lo sepan – la repercusión del fútbol europeo en la vida de nuestros vecinos, en particular la de los equipos españoles y con ello, nuestro mundo de confort y de ¿oportunidades? Yasín es un rebelde, pero con causa; cada domingo sueña que su equipo gane y en un futuro mejor. La segunda consideración quiere ser crítica con las formas de interpretación y penalización sobre el respeto a las normas, que ha tenido el caso. No crean que esto es propio de países que no están en nuestro entorno, cosas como estas pasan demasiado a menudo entre los que deben impartir justicia y defender al ciudadano.
Me dirán que los países industrializados somos más refinados y mucho más indulgentes, tal vez, pero la prevaricación, los amiguismos, las sentencias discutibles y las tomas personales de posición, están a la orden del día; últimamente llenan portadas en los medios de comunicación. Sin ir más lejos, algún día les contaré algunas de las cosas que suceden en los juzgados de El Vendrell, en la provincia de Tarragona. Quizás, además del sistema económico, haya que plantearse más refundaciones.
Pero volviendo al caso de nuestros vecinos y de la historia de Yasín, considero que una multa, un arresto menor, un trabajo social hubiesen bastado, pero desconozco las leyes del país y las penas que merecen tamañas rebeldías.
Por tanto, elijo el camino práctico, como su familia y cualquier amante de la libertad: Solicito del rey Mohamed el indulto para Yasín. El padre del muchacho en declaraciones a la agencia EFE ha dicho que daría la vida por su rey. Ahora, el rey, tiene que estar a la altura de su súbdito.