Y es que no hace falta dejar la provincia de León para sentirse agraviado por la arbitrariedad de un ministro caracterizado por su exacerbada devoción católica. Cuando en el mes de enero el político socialista Pedro Zerolo, homosexual reconocido y símbolo de la lucha por la igualdad de derechos, anunció que sufría cáncer, el sacerdote del municipio leonés de El Burgo Ranero aseguró que la enfermedad no era más que un “castigo” de Dios por haber practicado la sodomía, un pecado terrible, a su juicio.
Este indigno personaje, para más vergüenza seguidor de José Antonio, se llama Jesús Calvo y hasta la fecha, la Iglesia Católica no ha considerado la opción de enviarlo a galeras por mostrar un comportamiento tan poco cristiano. Resulta incomprensible que alguien que dice defender la palabra de Jesucristo, el cual predicaba el amor y el perdón, permita que siga oficiando en una de sus franquicias alguien para el que existe “mucha basura social” que “merece la pena capital”.
Pero si repugnante es, por desgracia una vez más, la actitud de la Curia ante un personaje que ya debería haber sido obligado a colgar los hábitos, qué decir del silencio que guardó entonces el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz.
No es que el ministro esté para ocuparse de estas cosas, pero dada la cantidad de veces que ha arrastrado a su departamento hacia el nacional catolicismo (recordemos que concedió la Medalla de Oro al Mérito Policial a la Virgen del Amor), podría haberse alarmado por quien representa a Dios en vano. Además, parece un tanto injusto que pasara esta aberración por alto mientras anuncia una cruzada justiciera contra todo bicho viviente que emplee las redes sociales para mostrar alegría por el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco.
Me considero uno más de los miles de españoles, de todas las ideologías, asqueados por algunos comentarios que determinados indeseables han puesto en sus perfiles de Facebook o Twitter, pero considero que tratar de perseguirlos a todos es algo inútil que gastará recursos que no podrán emplearse en otras tareas policiales más necesarias y que puede convertirse en un elemento de control de Internet.
En este sentido, he de advertir de que me he enterado de la mayoría de estas injurias a través de los medios de comunicación, no de las propias redes, ya que muchos de ellos provenían de perfiles con escasos seguidores. ¿Estamos ante algo generalizado o ante una práctica muy concreta sobredimensionada por la prensa? ¿Hay algún interés espurio detrás de todo esto? ¿No debería ser también procesado por injurias el infame sacerdote Jesús Calvo?.
Al margen de repudiar todos los comentarios que en estos días han mostrado alegría o han justificado un asesinato, he de recordar que la libertad de expresión hace prácticamente imposible evitar que algunos desalmados usen la tecnología para hacer daño, cosa que también harían sin tecnología porque es su naturaleza ruin. Así que me pregunto si es mejor convertirlos en protagonistas y darles la fama que con desesperación reclaman, o ignorarlos con la esperanza de que su bazofia no sirva de excusa para que unos y otros enfanguen aún más nuestra sociedad.
Señor ministro justiciero, no es usted Batman, tan sólo recuerde: a palabras necias, oídos sordos.
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