Decía el golpista Miguel Cabanellas a sus coleguillas, cuando le quitaron la presidencia de la llamada Junta de Defensa Nacional: Ustedes no saben lo que han hecho… Si le dan España a Franco, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después de ella. Y así fue. El chocarrero general nunca la soltó hasta su muerte.

Lo mismo le ocurre a otro grotesco personaje que inesperadamente fue elegido presidente de la nación más poderosa del mundo y ahora no quiere salir de la Casa Blanca. No voy a establecer, aunque podría hacerlo, más comparaciones entre el uno y el otro, voy a centrarme en el daño que ha hecho Trump a su país y a la Democracia.

Las gentes son volubles, olvidadizas y fáciles de manejar, pero es la soberanía popular la que manda. Eligieron a un fantoche como Donald Trump y todo el país tuvo que aceptar las consecuencias de la voluntad de una mayoría, aunque el pájaro de pluma blanca les llevara de torpeza en torpeza y de desastre en desastre. Ahora, derrotado y bien derrotado, no quiere aceptarlo y mueve sus hilos y a sus seguidores para evitar desalojar un sillón al que ha desprestigiado y ridiculizado.

A pesar de sus llamamientos con la boca pequeña para que sus seguidores blancos, republicanos y fascistas regresen a sus casas, con la boca grande se muestra orgulloso, agradecido y les anima sibilinamente a que ocupen el Capitolio, el Sancta-Sanctorum de la Democracia estadounidense.

De madrugada, no obstante, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, en una sesión extraordinaria han certificado finalmente los resultados electorales declarando ganador a Joe Biden.

Lo que si ha quedado claro es que nadie ha desprestigiado tanto y en tan poco tiempo a su país como Donald Trump y que los radicales, en todas las latitudes, son tan enemigos de la Democracia, como del Pueblo al que dicen querer.