Los candidatos hacen teatro y los ciudadanos creemos que la representación es de verdad. Describen nuestros problemas como anécdotas inocuas envolviéndolas de drama. Albert Rivera aludía al fracaso escolar, y al fingir coraje y nervio para resolver ese supuesto problema, en realidad estaba esparciendo una cortina de humo ante la realidad de que la cuestión no es el fracaso escolar, sino que el sistema ha transformado consciente y programadamente las escuelas en eficacisimas factorías de burros que cuando salen de ellas más parece que salgan de cuevas, porque son auténticos palurdos incapaces incluso de redactar con éxito una frase corta.

Los candidatos hablan, prometen y proponen como sí España fuera un país dueño de su destino en vez de ser, como es, un campo de concentración donde no cabe más que trabajar hasta el agotamiento por el equivalente a una escudilla de sopa rancia. Pretenden que pueden hacer cosas por el pueblo cuando saben que no pueden, y despiertan de forma culpable ilusiones, ya sean de cambio, de progreso, de dignidad o de lo que se quiera, a sabiendas de que nada de eso está al alcance de su mano.

Quien sea investido presidente y gobierne, no podrá decidir más que sobre detalles nimios. No será el gobernante de un país libre cuyos ciudadanos son dueños de decidir su destino, sino alcaide de una inmensa cárcel que sigue las instrucciones del gran capital internacional. Como tal, no le cabe devolver la libertad a los reclusos, sino en el mejor de los casos proporcionarles las mejores condiciones materiales para sobrellevar su cautiverio a través de cosas como un adecuado suministro de papel higiénico, o quizá un rato más de patio. Incluso, si es muy humano, pueden pasar un rato jugando al ajedrez con los penados más despiertos. Pero no está ni estará nunca capacitado para devolverles la libertad y la dignidad.

Cuando el 23 de diciembre de 1973 ETA ejecutó la orden de Henry Kissinger de asesinar al almirante Carrero y abrió las puertas a la democracia burguesa y plutocrática, acababa de inaugurar el proceso de venta de nuestro país al gran capital internacional a precio de saldo a través del endeudamiento.

La deuda, que es la única razón de nuestra situación de apuro, es también un invento de la democracia, creo fue perfectamente planificado y tramado para transformarnos en los esclavos que somos, para sumirnos en la miseria en que vivimos y para inundarnos de la desesperanza que sentimos y vemos a nuestro alrededor.

Anoche alguno de los candidatos que iba de puro, creo que también Rivera, echaba en cara a Rajoy las carencias y recortes en servicios públicos que ha supuesto la corrupción de su partido y consiguiente merma de ingresos del Estado. Nueva cortina de humo ordenada para cegarnos y que no sepamos ver que los recortes no se deben a los duros que se han llevado unos desgraciados, sino a la brutal deuda pública, y que la deuda ha venido asociada a la democracia desde su nacimiento como parte de un plan. La diferencia es simple: La corrupción es un problema coyuntural y en teoría puede ser combatida y sobre todo agitada como arma frente al otro. El empobrecimiento derivado de la deuda es un problema estructural que carece de solución y de responsable individualizado. Es lo que estos aspirantes a administradores de la miseria no quieren que veamos.

Como dije en mi conferencia de marzo de 2012 UTOPÍA, pretender que es posible resolver nuestros problemas colectivos aceptando y respetando las reglas del juego es como pretender ganar la maratón de Nueva York corriendo a la pata coja: La realidad social, económica y política es como es. No resulta honesto ignorarla al mismo tiempo que se dibuja otra realidad paralela, inconveniente pero accesible y susceptible de solución. Si no entiendes el problema no podrás nunca resolverlo. Y si tienes delante de ti a cuatro individuos que fingen voluntad de cambio o prosperidad mientras aceptan unas reglas del juego que garantizan la pobreza SIN solución de continuidad, es seguro que seguiremos siendo por los siglos de los siglos como moscas zumbando y agitándose inútilmente en el interior de un tarro de cristal.

Estos son cuatro farsantes que efectivamente mienten, pero no con las mentiras pequeñas que cree la gente, sino con otras mas terribles y sucias: Las que oscurecen la realidad de que España carece de esperanza, de que nuestra tan cacareada libertad es un cuento infantil y de que el futuro presidente será poco más que un portero de discoteca con coche oficial.

Mientras el Titanic se hundía, la orquesta de a bordo interpretaba una pieza llamada “Más cerca de ti, Dios mío”, tal como sí todo continuara siendo tan divertido como un par de horas antes. Estos cuatro tenores  siguen poniendo música en nuestros oídos al mismo tiempo que el negro océano nos traga.