El sistema alimentario mundial está en crisis. Los precios se han incrementado de forma dramática, y podrían elevarse aun más si, como se teme, la sequía afecte la cosecha de trigo en China.

¿Cómo conciliar el primer objetivo de desarrollo del milenio, relativo a la pobreza, con la continua alza en alimentos?

Esta carestía añade millones al número de quienes se van a dormir con hambre cada noche.  Se atribuye que esta alza de precios responde a la sequía en Rusia y Argentina, inundaciones de Canadá y Pakistan; compras de pánico de importadores que solo buscan reconstruir sus reservas de granos, vetos a la exportación, etc. Se ha querido ver esta problemática –y se le ha calificado- como temporal. Nada más alejado de la realidad,  la problemática es estructural.

Diversos analistas señalan que hay influencias ajenas a la agricultura que están dificultando el panorama agrícola mundial, como el alza de precios del petróleo –que eleva el precio de los insumos-, debilidad del dólar que abarata la acumulación de reservas de alimentos en divisas locales,  y especulación que provoca la volatilidad de los precios.  Habría que agregar a estos factores la creciente demanda de alimentos de China e India, aunque esta demanda ha sido satisfecha hasta hoy con sus propias cosechas.

Sin embargo, en las próximas décadas el escenario cambia y se complica. La producción de alimentos tendrá que elevarse un 70% hacia el 2050 para mantenerse al ritmo de crecimiento de la población, del surgimiento de grandes urbes en países en desarrollo, y los cambios en la dieta como resultado de una mayor riqueza en ciudades. Por otro lado, tendremos menos tierra para cultivar, erosión del suelo, una reducción en disponibilidad de agua, y fenómenos climáticos adversos y cada vez más agresivos. Las cosechas de los granos más importantes para la alimentación humana, como el trigo y el arroz, aumentan a un ritmo más despacio que la población global.

¿Cómo alimentar a 9 mil millones de habitantes en el 2050 en estas circunstancias?

En principio, los países que producen una tonelada por hectárea, tendrán que producir dos. Habrá que ser más cuidadosos con la pérdida de alimentos entre la siembra y la cosecha –que puede llegar a ser de entre un 20% y un 40% de la cosecha potencial-. Se debe replantear el uso de biocombustibles, y los gobiernos deben invertir aun más en investigación revirtiendo el gasto público destinado a este rubro. La agroecología, la cual que es una novedosa técnica de reciclaje de nutrientes y energía de la explotación agrícola, es un descubrimiento con magníficos resultados que está siendo utilizada con gran éxito en países como Alemania, Brasil, Estados Unidos, y Francia. Basta recordar que la llamada revolución verde, que incrementó exponencialmente la producción agrícola mundial, fue producto de una fuerte inyección de recursos públicos.  El éxito en los programas agrícolas de Brasil responde a un amplio apoyo gubernamental. Así mismo, se debe apoyar a los agricultores y campesinos, dando continuidad a los programas de transferencia de recursos a los más pobres, e instrumentar un programa de seguridad social en el cual puedan jubilarse quienes han entregado su vida a suministrarnos  de  alimentos.

Debemos comenzar por prever lo que pasará si no hacemos nada. El 2050 está cada vez más cerca, y no debemos esperar a que nos alcance sin estar preparados.

Por Alejandro Guerrero Monroy – Coordinador Centro IDEARSE para la Responsabilidad y Sustentabilidad de la Empresa. Universidad Anáhuac México Norte.