Dos décadas después podemos afirmar que, sin duda, estos han sido dos elementos característicos del nuevo milenio. Las nuevas tecnologías han penetrado con fuerza y el intercambio cultural, comercial, académico o turístico ha alcanzado unos niveles jamás vistos, debilitando cada vez más las fronteras físicas y haciendo circular personas y bienes desde cualquier punto del Planeta hasta el lugar más remoto e inexplorado.
No obstante, si hay algo que nos ha demostrado también este siglo es que, pese a que nos hemos inmerso en una de las revoluciones más importantes de nuestra Historia, esto no ha servido para frenar las crisis y la amenaza de colapso de todo nuestro sistema. Antes de concluir la primera década, la primera gran crisis mundial del siglo XXI amenazó con lastrar el progreso de varios países, cuya recuperación, aunque no total, no se produjo hasta hace apenas unos años. Actualmente, aunque por cuestiones muy diferentes, el mundo está encaminándose directa y velozmente hacia otra crisis similar o, si cabe, peor a la vivida hace unos años, y que está afectando con especial virulencia a países, como el nuestro, que todavía no habían terminado de recuperarse de la crisis anterior.
Es innegable que la Globalización ha traído muchas experiencias beneficiosas, sin embargo, no sería sensato ni realista ignorar la otra cara de la moneda, pues, aunque la internacionalización de las empresas, el abaratamiento e incremento del transporte internacional, o la irrupción de las nuevas tecnologías han permitido conectar ideas, culturas y personas, este intercambio no ha sido siempre positivo y, de manera casi proporcional, esta Globalización también ha permitido la rápida expansión del terrorismo internacional, de las crisis bursátiles y financieras, el deterioro del medio ambiente o, como estamos viendo ahora, de las epidemias.
El proceso de Globalización no es algo nuevo, pues desde el origen de la Humanidad las diferentes culturas se fueron expandiendo por nuevos territorios y, especialmente desde que, con el Descubrimiento de América y la Conquista de los océanos, se conectaron por primera vez los cinco continentes a través de Rutas Comerciales Marítimas como el Galeón de Manila, o de las Compañías de Indias Británicas, Holandesas y Portuguesas, o las posteriores revoluciones industriales que trajeron consigo la Era del Imperialismo, el mundo comenzó a experimentar un intercambio cultural y comercial que ha seguido desarrollándose hasta alcanzar el mundo global que hoy conocemos. Además, este primigenio proceso de Globalización tampoco estuvo libre de problemas: la transmisión de enfermedades desde una parte del Planeta hacia el nuevo mundo, la subyugación y esclavitud de unos pueblos por parte de otros o, incluso, dos guerras mundiales, nos enseñan que, en realidad, a todo proceso de Globalización le ha acompañado siempre un periodo de crisis y enfrentamientos que han provocado un cambio de paradigma tras otro.
Quizás este nuevo proceso de Globalización es diferente a los demás por dos cuestiones principales: La rapidez con la que ha producido, y su afectación a toda la sociedad global prácticamente de manera uniforme. Mientras que los primeros movimientos civilizatorios fueron produciéndose de manera progresiva a través de los siglos y se caracterizaron por la dominación de un grupo reducido de países, de culturas y de personas sobre el otro, el proceso globalizador que estamos viviendo actualmente se ha producido en apenas unas décadas y ningún país ni ninguna cultura es ajeno al mismo. Asimismo, mientras que las diferencias económicas y tecnológicas eran evidentes siglos atrás, hoy en día, con la menor tasa de pobreza y la mayor tasa de alfabetización de toda la historia de la Humanidad, ya no es una sola cultura ni una sola civilización la que lidera el proceso, sino que ahora, en un mundo completamente multipolar, todas quieren reivindicar su lugar en el mundo y ser sujetos activos en el proceso, lo que probablemente explique algunos de los enfrentamientos y choques culturales en la actualidad y posiblemente determine los del futuro. Por poner un ejemplo, mientras que en 1917 existían 75 Estados soberanos, entre los que, además, en general existían abismales diferencias económicas y sociales, y solo unos pocos detentaban un verdadero poder a nivel global; a día de hoy, son 193 los miembros de Naciones Unidas, que, junto con decenas de territorios que gozan de una gran autonomía o de semi-independencia, son, en la práctica, más de 200 países, y sumados a las innumerables organizaciones internacionales regionales creadas por muy diversos motivos, nos encontramos con centenares de sujetos activos interactuando en un mundo que ya no tiene un claro líder y en el que todos quieren operar en igualdad de condiciones y cuentan, prácticamente, con los mismos medios para ello.
Es por ello que, tras este viaje por la historia de la Globalización, podemos afirmar que, aunque los conflictos y problemas derivados de este proceso no son algo nuevo y exclusivo de nuestro tiempo, sí que presentan ciertas particularidades con respecto a los anteriores. Y, por ello, las soluciones también deben adaptarse a estos. El mundo es ahora completamente global porque globales son ya todos los problemas y realidades y, como si del efecto mariposa se tratase, un pequeño cambio en una parte del mundo puede desencadenar una auténtica crisis global de la que no puede escaparse ningún país. La fundación de una organización terrorista en Oriente Medio puede desencadenar atentados en todos los países, la quiebra de un gigante financiero en Estados Unidos, puede provocar una crisis económica a nivel global, las Guerras o Conflictos Civiles en un reducido número de países pueden provocar una crisis de refugiados de índole mundial, las emisiones de gases de efecto invernadero, los vertidos tóxicos y los residuos producidos en una parte del mundo, dejan sentir sus efectos en las antípodas, y, por último, la explosión de un virus en una ciudad de China, puede generar una crisis sanitaria y económica en todos los rincones del Planeta.
Todas las crisis mencionadas en el párrafo anterior han sucedido o están sucediendo en el Siglo XXI, y sus efectos corren a una velocidad casi proporcional a la de las noticias que nos informan sobre ello a toda la población mundial. Ante todos estos dilemas, muchos se preguntan: ¿es esto el fin de la Globalización?
Lo cierto es que sería injusto criticar a quienes se plantean estas dudas como “enemigos del progreso” o como “negacionistas”, como algunos parecen querer denominarlos, pues es evidente que, si bien quizás no la responsable directa, la Globalización sí es, al menos, el vehículo que facilita la expansión de todas estas amenazas. No obstante, después de analizar las posibles respuestas a esa pregunta, la pregunta que yo me hago es: ¿podemos abandonar la Globalización? Como ya he dicho, la Globalización es una consecuencia de un proceso que, inexorablemente, nos ha llevado hasta donde estamos hoy. No creo que podamos abandonar ni renunciar a algo que ha sido efecto directo del propio proceso evolutivo del ser humano, porque, podrán cambiar las ideas políticas, las circunstancias o las amenazas, pero el ser humano no puede dejar de ser lo que es y, en búsqueda de su constante progreso, siempre está evolucionando y desarrollándose, unas veces más rápido, otras más despacio, pero no puede volver hacia atrás, no puede dejar atrás una realidad que es consecuencia de todos y cada uno de los procesos que ha ido atravesando el ser humano en su viaje evolutivo. Por eso, quizás la pregunta correcta sea: ¿podemos hacer frente a los efectos negativos de la Globalización de una manera más eficaz?
Son muchos los problemas y de muy distinta índole por lo que, quizás, aunque haya que tratarlos todos desde una perspectiva holística y en conjunto, al ser consecuencia directa de la Globalización, una única solución para todos los problemas no sea posible, entre otras cosas porque no creo que haya una fórmula mágica capaz de resolver todos los problemas y porque un mundo sin problemas de esta índole sería una utopía imposible de realizar. Pero, quizá, sí que exista un modo de, al menos, mitigar los efectos de estas crisis o de cambiar el rumbo y, como motor que impulsa cualquier cambio, esta solución tendrá que venir a través de la economía.
Considero que es obvio que nuestro actual modelo económico, pese a todo el progreso y beneficio que nos ha traído y que hay que reconocerle, está siendo incapaz de lidiar con los retos del Siglo XXI o, incluso, hasta podríamos afirmar que es el causante directo de muchos de ellos. Gracias a nuestro modelo económico actual hemos conseguido reducir los índices de pobreza al máximo, estando ya por debajo del 10%, según el Banco Mundial; además, nos ha permitido aumentar la esperanza de vida y reducir la tasa de mortalidad, así como desarrollar una innumerable gama de productos y servicios que nos cubren necesidades que ni siquiera sabíamos que teníamos. Sin duda, son muchas las cosas que hay que agradecerle, pero, llegados a este punto, donde el modelo de bienestar está al borde del colapso en muchos países, donde la sobreexplotación de los recursos y superproducción están empezando a generar un déficit de recursos y un desbordamiento de los vertederos, y donde las crisis políticas, medioambientales, económicas y sociales derivadas, en gran parte, por la lucha por el control o acceso a estos recursos están generando conflictos cuyas repercusiones exceden de las fronteras de aquellos lugares donde tienen su principal foco, quizás sea el momento de replantearse si existe otra alternativa, si es posible desarrollar otro modelo económico que, aunque no ofrezca una solución absoluta ni inmediata, sí pueda ir, progresivamente, soliviantando la situación. Este modelo, es la economía circular.
La economía circular ofrece una significativa ventaja para hacer frente a los retos de la Globalización por cuatro motivos:
- En primer lugar, porque al optimizar al máximo los recursos disponibles, podría limitar la presión y la constante pugna por alzarse con el control de estos, ya que dejarían de existir unos recursos tan ilimitados por los que todos se pelearían, pasando a desarrollar un sistema que pretende alargar la vida útil de los productos y el reaprovechamiento de todos los recursos.
- Además, la economía circular puede ser un revulsivo para diversificar la economía y fomentar una reindustrialización sostenible e innovadora, de manera que, ante futuras crisis, una economía diversificada significa una economía que se recupera más rápidamente. En la actualidad, muchos países presentan una escasa diversificación de la economía y, coloquialmente, podríamos decir que juegan la mayoría de sus cartas a un único sector, de manera que, cuando ese sector se ve fuertemente dañado por la crisis, provoca una reacción en cadena y contagia a todos los sectores que, directa o indirectamente, dependen de él. Con esta diversificación, el emprendimiento y las nuevas oportunidades de negocios también crecerían.
- En tercer lugar, la economía circular, aunque esté naciendo en un contexto de Globalización, pone el énfasis en la producción y el consumo local, de tal manera que aquellos países que ven amenazados sus propios mercados y tradiciones económicas por parte de potencias extranjeras, pueden encontrar en ella una manera de potenciar sus propios productos y su mercado interno, sin tener por ello que renunciar tampoco a las ventajas del comercio internacional.
- En cuarto lugar, ante los acuciantes problemas medioambientales, como la pérdida de biodiversidad, la contaminación de los océanos o el cambio climático, la economía circular pone a la naturaleza y a sus propios procesos y ciclos biológicos, como el origen y límite de su razón de ser. El crecimiento que se busca es sostenible porque todos los procesos que se han de llevar a cabo en un modelo de economía circular deben servir para perpetuar los propios ciclos productivos, de manera que no se generen residuos y que tanto los elementos técnicos como los biológicos puedan contribuir a extender infinitamente esos ciclos biológicos y técnicos, eliminando la idea de residuos y aliviando la excesiva explotación de los recursos naturales.
- Por último, la economía circular es sinónimo de innovación e investigación, por lo que, fomentando este nuevo modelo económico, se puede impulsar una nueva revolución tecnológica en la que los diferentes países puedan seguir compartiendo conocimientos y se rebajen todavía más las desigualdades entre ellos. Cuanto más estrecho sea el margen de desigualdad técnica y tecnológica y menos dependientes sean unos países de otros, más fácil será establecer una cooperación real de igual a igual, equilibrando todavía más las posiciones de todos los países.
Obviamente, como ya he explicado antes, no creo que, ni la economía circular, ni ninguna otra solución, sirva para arreglar todos los problemas del mundo, pues las diferencias ideológicas, políticas, raciales, religiosas y culturales siempre van a existir, no obstante, la economía es el factor más estabilizador y, cuanto más fuerte sea una sociedad económicamente, menos conflictos se producirán, como se ha demostrado a lo largo de la historia. Cuando la economía funciona correctamente y la sociedad vive una era de estabilidad, las tensiones provocadas por los factores anteriores, se rebajan, sin embargo, cuando el sistema económico empieza a resquebrajarse, hace temblar toda la estructura de la sociedad y se empiezan a buscar culpables y a acrecentar las divisiones de criterios entre unos y otros colectivos, por ello, habiendo quedado patente que nuestro actual sistema económico no es capaz de adaptarse a un proceso de Globalización que avanza a un ritmo superior al que la sociedad puede asumirlo, es necesario buscar una alternativa que consiga permitirnos avanzar y paliar las consecuencias de los retos a los que debemos enfrentarnos en el Siglo XX1.
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