Prácticamente todas nuestras creencias religiosas se sustentan en conceptos como el amor al prójimo, la compasión y la paz espiritual y, sin embargo, los poco más de tres mil años de historia conocida podrían resumirse en un listado interminable de guerras y enfrentamientos fratricidas; somos así.
En lo que se refiere a la guerra, por ejemplo, o a nuestra vieja costumbre de emplear la violencia para dirimir los conflictos de intereses, hay algunos aspectos que resultan chocantes e invitan a la reflexión.
Ya pasó el tiempo, afortunadamente, en el que se regalaba a los niños espadas de madera o fusiles y revólveres de plástico para que se entretuvieran jugando a matarse entre ellos en los parques, las aceras o los pasillos de casa. Pero no nos confiemos, porque solo ha cambiado el formato y ahora los niños, y no pocos adultos, prefieren aniquilar supuestos extraterrestres, monstruos amenazantes y extranjeros hostiles armados con un joystck y encerrados en su cuarto frente a una pantalla. Aun así, a todos nos gustaría que terminasen siendo buenas personas y buenos ciudadanos, amantes de la paz y el progreso.
También, aunque todos denostamos el empleo de la fuerza y el recurso a la violencia, no somos capaces de sustraernos al supuesto encanto de series y películas de acción, protagonizadas por tipos que, pistola o metralleta en mano, salvan al mundo de las perversas intenciones de otros tipos, aún más peligrosos que ellos, en medio de un escenario de violencia y destrucción que se pretende espectacular.
Y con la literatura ocurre lo mismo: psicópatas, asesinos en serie, gente trastornada y enferma que planea y ejecuta los crímenes más abyectos acaparan la atención de numerosos lectores, que no dejan de exigir argumentos más y más retorcidos, o maneras de asesinar a alguien tan originales e infrecuentes como sea posible. Por puro entretenimiento, dicen.
Pero luego, cuando el telediario nos ofrece imágenes reales de ciudades devastadas, personas asesinadas a sangre fría, huérfanos y refugiados que huyen del horror, todos nos rasgamos las vestiduras preguntándonos cómo es posible que ocurran tales cosas.
Quizá no tenga nada que ver el gusto con que disfrutamos la violencia en la ficción con la repugnancia que nos produce esa misma violencia cuando sabemos que es real. Quizá sean cosas distintas, pero da que pensar.
José Carlos Peña, Manzanares (Ciudad Real) 1.959, militar y marino retirado con inquietudes literarias, autor de las novelas En las entrañas de la tierra, Kilwa, El Coto Privado y Orgullosa Mary, además de los libros de relatos Visos de realidad y Barcos y Navegantes.
La temática que abordo en mis libros es diversa y varía en función de un amplio abanico de inquietudes e intereses, por lo que nunca me he considerado un autor de género.
Si en Kilwa experimenté con la novela histórica, a la par que de viajes y aventuras, adoptando los cánones clásicos de ese tipo de obras, Visos de realidad y Orgullosa Mary supusieron una incursión en la novela corta y el relato contemporáneos, con tintes urbanos y cosmopolitas. Luego, primero con El Coto Privado y después con En las Entrañas de la tierra, situé a mis personajes en el mundo rural de hoy día, un escenario que ofrece posibilidades muy interesantes y, además, enlaza con mis orígenes y mi afición por disfrutar de la naturaleza.
Y, por último, Barcos y Navegantes, un compendio de cuarenta relatos acerca del mar y sus gentes a caballo entre la Historia y la Literatura, en el que abordo un tema que conozco y me apasiona, pero desde una óptica diferente a la habitual, con la intención tanto de despertar la curiosidad del lector como de entretenerlo.
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