El sector secundario, el industrial, se está desmantelando lentamente, y todos los analistas económicos coinciden en que, cuando haya una recuperación económica (dentro de mucho tiempo), este sector no remontará, porque para volver tantas industrias de tantos sectores, necesitarán décadas. Polígonos enteros vacíos, y nos dicen nuestras autoridades que las exportaciones aumentan, aún cuando los responsables del Parlamento Europeo, advierten que son las importaciones las que se nos han hundido, porque no podemos pagar absolutamente nada, por ello, sin importar, la balanza de pagos es positiva en el otro lado, en el de las exportaciones…

Y en medio de semejante holocausto, llega con más fuerza que nunca el desafío soberanista catalán.  ¿Seremos un estado fracasado?

Hace tiempo, cuando era un estudiante de Antropología, disfrutaba de una de las asignaturas más útiles para comprender el mundo actual: antropología política, y recuerdo que una de las muchas premisas de esta disciplina, eran que cuando las expectativas de desarrollo y crecimiento de un pueblo son nefastas, cualquier aventura política, por descabellada que parezca, resulta viable y seductora. Por ello, cuando desde Madrid se intenta meter miedo al pueblo catalán, insistiendo en que la independencia sería la ruina y les hundiría en el fango, la respuesta de este pueblo es que ya están hundidos en el fango, eso sí, dentro de España. Y que toda España es una ruina. Y sin mucho futuro. De hecho el pensamiento más generalizado entre la generación invisible (los que ahora tienen entre 15 y 30 años, invisibles porque nadie les va a dar una oportunidad de trabajo), es que a lo largo de esta década, será más arriesgado vivir en España que emigrar. Para estos jóvenes, la única posibilidad de trabajar es en la más temible precariedad, sin derechos laborales, sin protección de ningún tipo… por si fuera poco, nuestro país aprueba una de las leyes de seguridad ciudadana más sancionadoras y restrictivas de derechos, y su contrarreforma del aborto, nos acerca a la normativa jurídica de países como Marruecos, y ese es el espíritu de nuestras autoridades, acercarnos a África y alejarnos de Europa… Sinceramente, yo soy castellano, pero si pudiera, también me iría… ¿y si fuese catalán?  A todas luces, lo más inteligente es escapar de un país donde ya no hay cordura y donde sus autoridades han perdido toda credibilidad a nivel internacional.

Por ello considero que el mal llamado “desafío soberanista”, no nos debe dar ningún temor. Me da más miedo que la desnutrición infantil en nuestro país afecte a un porcentaje tan amplio, casi al 20%, algo nunca visto desde los años ochenta, o que se incrementen los suicidios por el agobiante desempleo que frustra los destinos de las personas, cuestiones de las que se procura evitar hablar en los medios progubernamentales (prácticamente todos). Deberíamos preocuparnos por solucionar los problemas reales de nuestros ciudadanos, y no tener miedo a que un pueblo pueda hablar de su futuro, de la misma manera que los países democráticos lo hacen. En Estados Unidos, por lo menos una vez cada diez años, se celebra un referéndum sobre el futuro de Puerto Rico, si opta por la independencia, por seguir siendo un estado libre asociado, o ser un estado más de la unión. En Canadá, la provincia de Québec lleva varios referendos sobre su posible independencia y constitución en república, y en septiembre de este año, un plebiscito vinculante, decidirá el futuro de Escocia, cuestión que votarán en un ambiente de absoluta normalidad.

Recuerdo que en 1993, Eslovaquia votó su futuro, decidiendo independizarse de la República Checa. Lo consiguieron, fue su decisión, y no se hundió el mundo. Sí es cierto que la presión de sus compañeros checos fue brutal: se les dijo que se hundirían, que su PIB caería en picado, que JAMÁS entrarían en la divinizada UE, que se convertirían en un país del tercer mundo… bueno, el caso es que un sentimiento tan profundo es difícil de controlar, y cuando se le procura frustrar con el miedo, la reacción de las personas es abrir los ojos y enfrentarse con coraje. Votaron la independencia, y junto con los checos, entraron a formar parte de la Unión Europea. Y ahora son una democracia, qué envidia, una democracia… ¿recuerdan lo que era vivir en una democracia?

Si nuestro gobierno en vez de meter miedo, empatizara con el pueblo catalán, tendiendo puentes de comprensión, de conocimiento mutuo de ambas realidades, y dejando que se celebre el referéndum, tal vez tendríamos una posibilidad de seguir unidos, como lo hemos estado los últimos cinco siglos. Pero negando esa oportunidad, criminalizando sus intentos de expresarse, está alimentando que miles de indecisos, decidan su balanza hacia la independencia, porque nadie quiera vivir bajo el mandato de unos radicales.

No tengamos miedo al debate, que se trate el tema. Ocultando la realidad, no se soluciona el problema, se agrava aún más. Que hablen, que decidan, que esto es como un matrimonio, al que todos queremos ver unidos hasta que la muerte los separe, pero que si no hay amor, existe el divorcio, y no pasa absolutamente nada. Normalicemos las situaciones humanas, relativicemos esta cuestión. Que nuestro presidente del gobierno no piense en aventuras nacionalistas como las de Milosevic, que todos sabemos cómo acabaron.