Los recuerdos cimbrean en las palabras, cosquillean en los aromas, reverdecen al transitar las calles, al mirar la casa, al detenernos en algún vago pensamiento.
El sonido pendula, pretende hacerse palabra mientras las ideas arden. El sueño libera, abre espacios, huye de la vida, de lo acontecido.
Hay una hoja que verdea sobre la mesa a la vez que los libros desparramados se miran en el cristal del tablero.
Abro un libro tallado con los pensamientos del poeta, lo recorro con la mirada del asombro. Toda la vida resumida en sus letras. Todo el espanto dibujado en sus lienzos. Me mueve el sentimiento, es como mi propia vida, tan parejas sus vivencias. Habla de su madre que también se hace mía. Sufre con la rémora de tantos años arrumbados sobre sus huesos. Recuerda sus manos como yo recuerdo las de la mía. Tantas veces tuve sus dedos en los míos, arreglándole las uñas, pintándoselas de rosa plata, peinando sus cabellos, perfilándole su boca.
Sí, todas las madres se resumen en una. Es la gran madre, la que da sentido a los días. Ahora nos consume la orfandad y con ella el extravío. La vida pierde su brillo, el susurro de las hojas nos recuerda la dulzura de su aliento, su voz eternamente serena.
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