Retirarse con dignidad es fundamental para cualquiera. Una carrera profesional, política o cultural prudente y brillante precisa de un mutis por el foro digno de un buen representante. No sé cómo ha convencido el haragán de Abascal al viejo luchador; no se entiende. Pero el resultado es un verdadero espectáculo grotesco aún antes de llegar a su debate.
Que Vox quiere armar ruido lleno de furia nadie lo duda, incluso me atrevo a decir que es fundado porque sus votantes precisan de esos gestos y esa cantinela de que: “No vamos a fingir normalidad democrática”. Ellos, precisamente, a quienes la Democracia se les hace tan exótica como una fruta prohibida.
Entre los rasgos grotescos del esperpento ultra derechista, permítanme que destaque el entusiasmo facineroso y protervo de esa gente que, amén de imitar a enanitos de jardín – por Iván Espinosa de los Monteros– o por el extraordinario parecido de Abascal con Iznogud, el personaje de comic de René Goscinny y el dibujante Jean Tabary del visir que pretende ser califa en lugar del califa, nada tienen que ofrecer a la Democracia salvo patochadas y majaderías, es decir: el esperpento.
Todo terminará en agua de borrajas, en payasadas de salón, aunque sea el del Parlamento. Solo será un gesto, corrosivo e innecesario que les dejará vacíos y con el rabo de Javier Ortega Smith entre piernas, si antes no le han extraditado a Gran Bretaña – me refiero a Javier no a su rabo–. Sin embargo, quedaran víctimas en el camino, entre ellos un nonagenario que debería contemplar estas caricaturescas intentonas cómodamente sentado en su casa, libre ya de los avatares políticos y manteniendo sus ideales demócratas fuera de toda sospecha.
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