Para este articulista eurodrama podría ser lo que se está viviendo en la frontera entre Rusia y Ucrania o la situación  de la pandemia en algunos países de la Unión, incluso el peinado y la actitud de Boris Johnson, pero hoy la acepción se centra en los resultados del Benidorm Fest.

No voy a entrar en la discusión y el jaleo que se ha montado sobre la elección de la canción ganadora. Tampoco en la calidad, la oportunidad y la valía de la artista o de la canción elegida, doctores, y al parecer muy enterados, tiene la Iglesia. Se trata de un concurso sin más, apenas sin posibilidades de ganarlo por su funcionamiento chauvinista y apañado y, por qué no decirlo, por la competencia con otras canciones y otros intérpretes de igual o superior excelencia.

Lo que me asombra es la capacidad que tienen, unos y otros, de manipularnos. Desde influencers convenientemente remunerados, hasta políticos deseosos de captar la atención y el voto, hasta toda la retahíla de interesados en imponer sus gustos, han conseguido que el eurodrama vivido el sábado sea el centro de dimes y diretes. Pero, sobre todo, el de conducirnos por las veredas que más les interesan. La ventaja sobre el fútbol, el viejo alienador, es evidente, porque abarca un target más amplio de personal implicado.

A estas alturas confiar todo el peso específico de la votación a un jurado influenciado por lobbies, el entorno y los distribuidores de contenidos; permitir que los espectadores paguen dinero por su voto para que luego tenga una influencia mínima; o que nos creamos las posiciones interesadas de políticos que gandulean de sus verdaderas obligaciones, nos demuestra la candidez general.

Así nos contentan, con poco pan y mucho circo.