La Historia, las gentes, las religiones, la economía y sobre todo el odio, han levantado esas líneas de colores que aparecen en mapas y guías turísticas. Sin embargo no son verdad, tan solo son brindis al sol y presunciones e intereses de unos cuantos, demasiado aficionados a levantar muros…y a cavar trincheras.

Desde hace un tiempo, me gusta recibir al año nuevo en otros lugares lejanos al de mi residencia. Se trata de un ejercicio de conocimiento y un interés de comprensión. Viajar conduce a descubrir, compartir y creer. El viajero se abre a nuevas experiencias, algunas de ellas ancestrales. Hablar es entender y comprender es escuchar. Al fin, nos damos cuenta de que nuestros interlocutores somos nosotros mismos, de otras latitudes, con otra educación, con creencias distintas y anhelos comunes. Sentarse pacientemente a tomar el té con un musulmán para que nos cuente las razones de su fe, nos hace más indulgentes; escuchar las sabias palabras de un judío sobre el Talmud, nos interesa; razonar sobre la visión cósmica budista nos conmueve y todos, refrendan nuestro agnosticismo y lo enriquecen. Siempre dentro de la mutua tolerancia. Oír, dialogar y razonar. Pensamos, luego existimos.

No pretendo convencer a nadie de casi nada, pero sí estoy dispuesto a contestar – con mis razones – a todo el que me pregunte. A lo que no estoy dispuesto es a levantar muros y a extender vallas de alambres de espinos.

Como les contaba, ver amanecer el nuevo año en latitudes distintas, produce un sentimiento de ubicuidad. Aunque el firmamento sea el mismo, se aprecia de forma disímil según los lugares y ninguno está exento de belleza. A uno le gustaría poder abarcar todos los espacios y ver todos los cielos.

El cambio del crítico 2009 al incierto 2010, lo disfruté en Ammán la capital de Jordania y aprovechando la estancia en las tierras del Jordán recorrí el desierto de Wadi Rum, de anchos valles de arena roja y montañas que lentamente van erosionándose. Parece que en cualquier momento surgirá la figura de Lawrence de Arabia, recortándose en un cielo de azules increíblemente intensos.
“Enorme, resonante y divino”, describió a Wadi Rum, Lawrence. Tampoco pudo faltar la visita a la nabatea y monumental Petra o a las ruinas de la seleúcida Jerash. Historia, caminos, luchas y misterios. Sus etéreas fronteras han cambiado mil veces de colores y la naturaleza ríe las pretensiones humanas de posesión.

Sin embargo, la visita al Mar Muerto nos devolvió a la realidad de los límites fijados por los hombres. La orilla blanca, la orilla negra. No hay peces en un mar excepcionalmente salino, pero tampoco navegación alguna, Los acuerdos entre el gobierno hebreo y jordano impiden que cualquier embarcación cruce aquel mar que sólo sirve de frontera impuesta. Sin embargo, lo más agobiante no es el confín de agua salada que hace flotar los cuerpos sobre su densa superficie, lo angustioso es el denodado interés de algunos por separar, apartar y aislar.

Recorrer la distancia entre Ammán y Jerusalén por el paso fronterizo del rey Hussein, significaría un viaje de apenas 60 kilómetros, pero al viajero que se incorpora por Jordania le está vedado el paso – distinto si hubiésemos entrado por Israel – y hay que subir hasta cerca del Líbano, para luego desandar lo andado por territorio hebreo. Los 40 minutos se convierten fácilmente en cerca de tres horas. Todo, por una linde impuesta y en una sola dirección. El mismo paso fronterizo por el que la semana pasada iniciaron el viaje eterno unos diplomáticos israelitas.

Ya dentro del territorio israelí, todo son muros y fronteras. Belén y Jericó, están rodeadas por una muralla de seis metros, justo el doble que el ghetto de Varsovia de infausto recuerdo. Las vergonzosas tapias serpentean de la forma más conveniente para los asentamientos judíos, saltándose a la torera la llamada Línea Verde. Cemento, cemento y alambres de espinos; fronteras.

No, no me gustan las fronteras separadoras ni separatistas y tampoco aquellos que tratan de inventarlas. Casi siempre esconden inconfesables intereses. Si no tienen soluciones políticas o económicas a un conflicto o a una crisis se inventan una frontera física o social y a marear la perdiz. ¿Y cómo lo justifican? Buscando cómplices en el muro de sus lamentaciones o en referéndums no vinculantes.


No levantes muros, sin saber quién queda a cada lado. No desciendas al abismo, sin conocer su sima más profunda. No le llames sentimiento, si no vas a compartirlo. (J.M.B. )


El género humano merece más oportunidades y menos límites y alejamientos. En todo caso los muros habría que alzarlos frente a las gentes de mala hierba, como decía el
“centenario” Miguel Hernandez, para que no contaminen y no nos pongan más yugos. Yo quiero independencia, sí, emancipación de los Millet, los Prenafeta, y los Alavedra; de Camps y del bigotes, soberanía para los habitantes de Vic, frente a la xenofobia de sus ediles. Levantar una muralla, como cantaba Ana Belén, juntando todas las manos para que queden dentro sólo los carceleros.

Quiero pasear por los pueblos y ciudades del planeta sin necesidad de visado, haciendo amigos, visitando nuevas playas y sin encontrarme con indeseables, hayan nacido donde hayan nacido y recen a quien recen.

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