A pesar de innumerables alarmas y llamamientos, la gobernanza neoliberal plutocrática sigue adoptando medidas claramente insuficientes y parciales, cuando se necesitan muy enérgicas, urgentes y conjuntas. Los grandes consorcios siguen acumulando beneficios inmensos y anonadando a la gente en lugar de ser los primeros impulsores del cambio y del despertar ciudadano. Y las “grandes potencias“ no cesan -a pesar de expresar tímidamente su apoyo a las medidas ecológicas y a la aplicación de la agenda 2030- de aumentar las inversiones en armas y gastos militares, subrayando las diferencias con las “potencias enemigas”, en lugar de hacer, al menos, una pausa de emergencia, para la acción unida y a escala global que es imprescindible para no deteriorar la habitabilidad de la Tierra.
Y, así, se siguen acopiando artificios bélicos – incluidos, ¡qué disparate!, los nucleares- aportando a la defensa territorial, no me canso de pregonarlo, 4.000 millones de dólares al día, al tiempo que mueren de hambre y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas y niños de 1 a 5 años de edad…
Es prudente que existan mecanismos apropiados de defensa… pero sin olvidar la defensa de los habitantes de esos territorios tan bien protegidos. Las Naciones Unidas señalan con acierto cinco grandes prioridades: alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, educación para todos a lo largo de toda la vida, cuidado del medio ambiente. No me canso de repetir que este nuevo concepto de seguridad humana es el que ahora, sin más tardar, debe prevalecer. Buena parte de los grandes problemas globales quedarían resueltos: las migraciones forzadas, el impacto de las catástrofes naturales, la generalización de la ignorancia…
Desde hace décadas, la UNESCO (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, los Programas geológico, hidrológico y oceanográfico, “El Hombre y la Biosfera “, las reservas ecológicas… ); el Club de Roma (“Los límites del crecimiento”…); la Academia de Ciencias de los Estados Unidos (1979); la primera “Cumbre de la Tierra“ (Rio de Janeiro 1992); La Carta de la Tierra en el año 2000; la segunda “Cumbre” en 2002 en Johannesburgo… han realizado llamamientos progresivamente apremiantes, siempre desoídos por la gobernanza del PIB, que desprecia el multilateralismo y propicia el supremacismo.
En el “otoño esperanzador “de 2015, con el Presidente demócrata Barack Obama en La Casa Blanca, fue posible adoptar los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y la Resolución para “transformar el mundo” en la Asamblea General de las Naciones Unidas, para la urgente puesta en práctica de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Era especialmente relevante y oportuna porque, ¡al fin!, incorporaba a la ciudadanía mundial, consciente de la gravedad de la situación, a la acción adecuada y responsable para las generaciones venideras.
Pero, a los pocos meses, llegó el insólito Donald Trump a la presidencia norteamericana, con todos los supuestos hegemónicos del partido republicano, y declaró -eso sí, con gran vivacidad y presteza- que no pondría en práctica los acuerdos de París ni la Agenda 2030… Y silencio. El resto del mundo, silencio. La Unión Europea, otrora fuente y referente de solidaridad, democracia y multilateralismo, incapaz de oponerse… porque para adoptar resoluciones, a veces de gran calado, requiere unanimidad …¡y la unanimidad es la antítesis de democracia! Y así, hasta la llegada del dúo demócrata Biden y Harris a los mandos de los Estados Unidos, seis años más de retraso…
El Ártico se funde a pasos agigantados y con el “permafrost” no sólo desaparece el “espejo “que refleja los rayos solares sino que libera grandes cantidades de metano, mucho más contaminante que el anhídrido carbónico…Y la Antártida empieza a agrietarse y los glaciares decrecen… Y, lo más alarmante, a pesar de la acción de encomiables asociaciones civiles, el mundo en su conjunto sigue apresado en el entramado económico de la deslocalización productiva, las fuentes de energía, los paraísos fiscales… con crecientes brechas sociales….acercándonos sin cesar al abismo de los procesos irreversibles, que significaría dejar a nuestros descendientes un legado históricamente culposo e irreparable. Ya Aurelio Piccei, en la década de los 60, había advertido del “¡Chasm ahead!”.
“Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”. Así se inicia, tan lúcida como prematuramente, la Carta de las Naciones Unidas. Porque entonces, en 1945, los pueblos no existían. El 90 % de la humanidad nacía, vivía y moría en unos kilómetros cuadrados, y desconocía lo que acontecía más allá de su entorno inmediato, sometidos siempre a un poder absoluto masculino. Eran obedientes, temerosos, silenciosos, carentes de voz y declaraciones. Ahora, en cambio, por primera vez en la historia-y aquí reside nuestra esperanza-ya pueden expresarse. La humanidad ya tiene voz y medios de comunicación.
Y ya – es esencial insistir en ello – todos los seres humanos son iguales en dignidad, sin discriminación alguna por razón de género, sensibilidad sexual, ideología, creencias, etnia… Ahora, sí, por fin, “Nosotros, los pueblos” podemos reclamar, en grandes clamores populares, una gobernanza multilateral democrática, una de cuyas primeras decisiones fuera la adopción de la “Declaración Universal de Democracia“ y que, con las grandes potencias en su seno, pudiera reconducir con firmeza las tendencias actuales.
Y, sólo así podría lograrse que las reuniones del G-20 en Roma y la Cumbre Ecológica de Glasgow hiciesen realidad sus impostergables objetivos. Sólo así podríamos mirar a los ojos de quienes llegan a un paso de nosotros y decirles: “Hemos sido “libres y responsables”, como define la Constitución de la Unesco a los educados. Habrá que vencer muchas resistencias…para alertar a quienes, a pesar de tantos llamamientos, siguen distraídos y ofuscados, danzando inconscientes…como en el naufragio del Titanic…
Publicado orginalmente en Other News
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