Promediada la primera semana de la Cumbre, la ansiedad de los Estados por presentar logros fue evidente. Dos acuerdos, según ellos “relevantes”, se convirtieron en primera página de los diarios: el que promueve un freno a la deforestación mundial hasta 2030 y el relativo a la reducción de la emisión de gases de metano en un 30%.

Hasta Bolsonaro lo suscribió

La COP26 alcanzó un nuevo acuerdo entre gobiernos, incluido el de Brasil, para detener y revertir la deforestación a más tardar en 2030. El 1 de noviembre Greenpeace Internacional, una de las ONG más activas en la defensa del medioambiente, buscó poner los puntos sobre las íes y cuestionó “la luz verde que se abre para otra década de destrucción forestal”.

Hay una muy buena razón para que incluso alguien como Bolsonaro se sienta cómodo como para firmar este nuevo acuerdo, subrayó Greenpeace.  Le permite otra década de destrucción del pulmón del planeta. Carolina Pasquali, directora ejecutiva de su rama brasilera señaló que el nuevo Acuerdo – refrendado por un centenar de país que poseen el 85% de las reservas forestales — no es vinculante, es decir, no es de aplicación obligatoria. Pasquali recordó que la Amazonia ya se confronta con el límite de su propia existencia y no puede soportar más deforestación. Por su parte, pueblos indígenas de la región exigen que el 80% de esta reserva natural mundial sea realmente protegida antes del 2025.

Este nuevo acuerdo reemplaza la Declaración de Nueva York sobre Bosques de 2014, documento que Brasil, en aquel entonces, no suscribió. La declaración de 2014 incluyó el compromiso de los gobiernos de reducir a la mitad la tala de bosques hasta 2020 y lograr la deforestación cero como máximo en 2030 (https://unfccc.int/es/news/declaracion-de-nueva-york-sobre-los-bosques ).

Sin embargo, en los últimos siete años la tasa de pérdida de bosques naturales aumentó exponencialmente en vez de retroceder. Solo en 2020 las emisiones de gases de efecto invernadero de Brasil se incrementaron un 9,5%, como consecuencia, justamente, de la destrucción de la Amazonía, resultado de decisiones deliberadas de la administración Bolsonaro.

En su evaluación de la gestión de dicha administración brasilera, Greenpeace advierte que entrevé pocas posibilidades de que la misma respete este acuerdo suscrito en Glasgow. Y recordó que en la actualidad Bolsonaro está tratando de impulsar un paquete legislativo que incluso aceleraría más el talado de bosques.

Otro aspecto esencial que cuestiona Greenpeace es la carencia de una propuesta para reducir la demanda de carne y lácteos industriales. Este sector tiene un gran impacto en las emisiones de gases de efecto invernadero ya que acelera la destrucción del ecosistema y amplias reservas forestales.

Anna Jones, de Greenpeace del Reino Unido, declaró que “hasta que no pongamos fin a la expansión de la agricultura industrial, empecemos a avanzar hacia dietas basadas en vegetales y reduzcamos la cantidad de carne industrial y lácteos que consumimos, se seguirá amenazando los derechos de los pueblos indígenas y se continuará destruyendo la naturaleza, en lugar de dársele la oportunidad de recuperarse”.  Su protesta coincide con la de otras voces de la sociedad civil internacional que desde la COP26 advierten la potencial peligrosidad de la propuesta de “compensación carbono”. Esta propuesta, en síntesis, autorizaría a un Gobierno o una transnacional a deforestar masivamente si asume el compromiso de plantar árboles.

El concepto de compensación de carbono es radicalmente criticado por el movimiento ambientalista, como lo argumenta el estudio La Gran Estafa, (https://www.tierra.org/wp-content/uploads/2021/06/La-Gran-Estafa.pdf),publicado ) publicado este año por Amigos de la Tierra Internacional, la Coalición Global de los Bosques y la Campaña por la Responsabilidad Corporativa. Dicho estudio denuncia la idea de que un agente contaminador — por ejemplo, las grandes transnacionales—pueda “compensar” su exceso de emisiones apoyando proyectos con impacto ambiental teóricamente positivo en otros lugares – usualmente países del sur. Está demostrado que este mecanismo no aporta beneficios reales, sostiene dicho estudio. Y concluye: los Grandes Contaminadores imponen su agenda “cero neto” para retrasar, engañar y negar la acción climática.

Menos metano

Casi al inicio de la COP26, Estados Unidos y la Unión Europea anunciaron su propuesta de promover la reducción de las emisiones globales de gas metano en un 30% hasta el año 2030.

Numerosas voces ambientalistas respondieron que el compromiso de reducción de metano no debe ocultar la necesidad esencial de una reducción de los combustibles fósiles. En otras palabras: no se debe aceptar la negociación de reducciones cuando eso implica una reducción a expensas de otra. “Esta iniciativa sobre el gas metano, con 28 veces el potencial de calentamiento del CO2, debe ser el comienzo y no el objetivo final”, enfatizó Greenpeace.

La ONG recordó, además, que, si se quiere que el aumento de temperatura global se mantenga por debajo de 1,5°C, es imprescindible reducir drásticamente y simultáneamente todas las emisiones, tanto de metano como de combustibles fósiles. “Todos los caminos terminan apuntando a la necesidad de eliminar los combustibles fósiles de nuestro sistema energético y la carne industrial y los lácteos de nuestras dietas lo antes posible”, afirmó.

La juventud ignorada

Los gobiernos deben declarar el Estado de Emergencia climática. Deben reconocer la catástrofe climática como una crisis que hay que superar. Deben tomar medidas concretas en respuesta a este drama e informar adecuadamente a la población.

Dicho Estado de Emergencia no debe entenderse como un término legal. “Nuestro objetivo es que las acciones de protección del clima se decidan de forma ambiciosa y urgente y sin restringirse los derechos democráticos”. Así se posiciona la Huelga por el Clima (según extractos del documento de la sección suiza), uno de los movimientos internacionales más activos, cuestionadores y radicalizados en defensa del medioambiente.

La Huelga por el Clima es auspiciada por grupos juveniles en numerosos países. Es la continuación de Los Viernes para el Futuro (en inglés Fridays for Future o FFF), que cuenta hoy con varios referentes de primera línea, entre ellos, la joven militante sueca Greta Thunberg. El viernes 15 de marzo de 2019 se convocó a una primera huelga internacional, la que se tradujo en movilizaciones callejeras en más de 2.000 ciudades del mundo, con casi dos millones de participantes. Puntapié inicial de una presencia constante que también, ahora, se da cita en la COP26 de Glasgow, con críticas frontales a la dirigencia internacional por su tibieza y por postergar soluciones de fondo para el planeta.

Además de la declaración del Estado de Emergencia climática, este movimiento — con su organización, existencia y particularidades en cada país– exige la neutralidad neta de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030.

Y pone sobre la mesa de debate (al mismo tiempo que exige su aceptación) el concepto de Justicia Climática. “Las consecuencias del calentamiento global afectan más a los más pobres, tanto a nivel local como mundial. Por lo tanto, la protección del clima es también una cuestión global de justicia social”, enfatiza el pronunciamiento de la sección helvética (https://climatestrike.ch/fr/movement#demands)

Los grupos más débiles de la sociedad no deben sufrir por el nivel de vida de los más ricos. Además, las medidas para alcanzar los objetivos climáticos deben diseñarse de tal manera que las personas material y económicamente desfavorecidas no se vean sometidas a cargas adicionales que no puedan soportar. Y exige que se aplique el principio de “quien contamina paga”: los causantes de las emisiones de gases de efecto invernadero y de la contaminación deben ser considerados responsables. Deben prevenir los daños o reparar los que ya se han producido. Las generaciones posteriores no deben verse afectadas por las acciones de las anteriores. No debe aumentarse la desigualdad, sino reducirla, señala.

“Stop al bla-bla-bla. Stop a la explotación de los pueblos, de la naturaleza y del planeta. Stop a eso que están en tren de definir ahí adentro. Ya estamos cansados. Nosotros vamos a hacer el cambio y no la dirigencia que está ahí reunida”, enfatizó Greta Thunberg en una de las manifestaciones paralelas de las que participó en las afueras del centro de conferencias, expresando así las críticas directas de la Huelga del Clima hacia la COP26.

La voz a los sin voz aumenta la tensión

Durante la primera semana de la COP26, esta joven sueca de apenas 18 años protagonizó una fuerte escaramuza que involucró a decenas de representantes del movimiento ambientalista.

Fue durante un evento organizado por el Grupo de Trabajo sobre los Mercados Voluntarios de Carbono, respaldado por compañías de combustibles fósiles como Shell y BP, que busca expandir la compensación carbono y su agenda “cero neto”. Participaba también Mark Carney, ex gobernador del Banco de Inglaterra.

Representantes de 20 pueblos indígenas de la Red Ambiental Indígena a los que no se autorizó a participar de este evento organizaron una manifestación afuera del centro de conferencias,  exhibiendo afiches con las copias de un anuncio de página completa que habían publicado en los periódicos FT y Times, bajo el título “La compensación de Carbono nos está desgastando”.

En paralelo, en el recinto donde se reunía el Grupo de Trabajo, y a pesar que en este tipo de cumbres todo tipo de protesta está prohibida, dirigentes de prestigiosas ONG acreditadas levantaron pancartas de denuncia a los mecanismos perversos que, en definitiva, no aportan a reducir las emisiones sino a lavarle la cara a los grandes responsables de las mismas.

Haciéndose eco de las incontables voces que están denunciando en Glasgow el concepto de “compensación carbono”, Greta Thunberg, quien también asistió al evento, tuiteó un mensaje de denuncia:  “Este Grupo de Trabajo, y otros esquemas similares, son estafas que podrían arruinar el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 ° C”. Al salir del evento, declaró: “No más lavado verde”, una forma contundente de denunciar las fórmulas que proponen las multinacionales y ciertos países ricos para burlar la obligación de una reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero.

En los últimos días Glasgow se inflamó como el mismo clima planetario. La cumbre institucional intenta vender sus logros y “avances”. Mientras tanto, los sin voz climática, los jóvenes de la calle, el movimiento ambientalista, los que ya perdieron la paciencia, aceptan la pulseada: el de la protesta, denuncia y movilización colectiva y ciudadana. Y unos 100 mil manifestantes ganaron las calles de la ciudad escocesa para hacer escuchar su protesta. En paralelo, desde Sídney a París, de México a Londres, así como en tantas otras ciudades del mundo, se multiplicaron las protestas. Con la certeza que, en esta lucha desigual de David contra Goliat, cada vez es más difícil ignorar la voz de los de abajo, el grito de la resistencia ambientalista.