Se trata del mismo partido al que pertenece un Ministro de Hacienda, que escarba la contabilidad B de todo lo que se mueve excepto de los suyos.Y se trata también del mismo partido al que los españoles han votado de forma muy mayoritaria a pesar de que constituye poco más que una máquina de robar. Ese voto masivo parece querer decir con entusiasmo: Róbame. Róbame aún más y sigue robándome por mucho tiempo.
Sería impensable una situación así en cualquier país civilizado, sobre todo si además de civilizado es nórdico o al menos anglosajón. Vamos, algo que nada tenga que ver con el Mediterráneo taimado, pillo y tramposo. En cualquiera de esos territorios auténticamente civilizados y decentes, ese partido habría tenido que disolverse por simple falta de apoyo popular y sin necesidad de que el juez abra la boca.
Por fin me he convencido de que si esto pasa es porque la diferencia entre las (inexistentes) cualidades morales de los políticos corruptos y la de los propios ciudadanos, se aproxima inquietantemente a cero. Tengamos la humildad de rendirnos a la evidencia de que aquí no sólo roba todo el mundo siempre que puede, sino que conductas como defraudar el IVA se consideran timbre de honor y orgullo, como corresponde a un pueblo formado en una parte muy importante por timadores vocacionales.
Quizá un ejemplo pueda servir: Me contaba mi padre que un militar norteamericano estaba haciendo un curso en Cartagena en régimen de comisión de servicios. Sus correligionarios locales pretendieron invitarlo a cenar pero él se negó con un argumento que a los otros les pareció más exótico que un burro volando. Dijo que, al estar en comisión de servicios, tenía los gastos de manutención cubiertos, y añadió la siguiente frase: “Sí acepto su invitación, estoy estafando a mi país”. Dejemos que la expresión resuene un poco en nuestro cerebro y después repose. Si nos parece rara es ni más ni menos porque la corrupción, el engaño, el latrocinio y el robo están impregnando el mismo aire que respiramos y que por cierto respiran también los políticos.
Quizá algunos recuerden que en la década de los noventa, a vista del carácter corrosivo de la corrupción de entonces , se puso de moda repetir hasta el aburrimiento más sublime que la vida pública española necesitaba un “rearme moral” que nunca se produjo. De hecho, nuestro país estaba gestando en aquellos años el gran espectáculo internacional de corrupción que a continuación tuvimos el mal gusto de brindar al mundo.
Junto a esto, y no sin antes constatar que el PSOE no es precisamente un modelo de honestidad en las cuentas, es preciso reconocer que la campaña de Mariano Rajoy, basada en el miedo a los rojos y en el puro pragmatismo tecnocrático , ha sido brillante aunque pueda resultar inmoral al haber hecho el vacío en la no pequeña cuestión del latrocinio masivo de su formación. Este vacío estudiado e intencionado comenzó ya en el debate a cuatro, en el que se preguntó a cada uno de los candidatos bajo qué circunstancias dimitiría en caso de corrupción de alguno de sus subordinados: Rajoy fue el único lo suficientemente hábil como para parlotear durante un rato y acabar no contestando. Y luego, en todos sus discursos de campaña, ha empleado la misma táctica que empleaba yo cuando era un niño pequeño y quería quedarme a ver la película de la noche a pesar de tenerlo prohibido: Durante los anuncios hablaba sin parar a mis padres con la decidida intención de distraerlos hasta el punto de que no se dieran cuenta de algo tan evidente como que yo estaba allí cuando no debía estar.
Del mismo modo, Rajoy dirigió a los electores continuos discursos hablando muchísimo de cualquier cosa que no fuera la corrupción, y tuvo la cara dura de plantarse repetidamente delante de sus audiencias tal como si no fuera la cabeza visible de una organización que apesta, todo con la intención de distraerlos hasta el punto de que no se dieran cuenta de algo tan evidente como el establo andante de listos y pilla pillas y el dudoso entramado de financiación que tiene detrás.
Pido disculpas por la cita culta, pero esto me trae a la memoria a dos filósofos. Emmanuel Kant, como buen exponente del idealismo alemán, alumbró el concepto del imperativo categórico, que podríamos interpretar como una especie de rectitud moral no negociable y extraída del mundo de lo absoluto, que nos resulta como ya vemos totalmente ajena. En otro caso, el partido popular no existiría.
Bertrand Russell, por otro lado, propuso una interesante distinción entre intereses y valores. A la hora de elegir (en este caso, a la hora de votar), puedo optar por lo que en sí es bueno y justo (los valores, al estilo de Kant) o simplemente lo que me interesa, aunque no sea tan bueno o incluso rematadamente malo. Ésta ha sido, creo yo, la elección de varios millones de españoles cuyo razonamiento parece haber sido el siguiente; “Dejemos que nos sigan robando y seamos beneficiarios de su (aparente) buena gestión económica”.
Ahora bien, creo igualmente que ninguno de los rivales de Rajoy daba susto precisamente. Todo lo que dice Pedro Sánchez suena y reverbera con ecos de la más genuina y exquisita falsedad, o al menos a mi me lo parece desde que lo vi salirse por la tangente cuando un periodista le preguntó sí caso de ser Presidente estaría dispuesto a convocar un referéndum sobre el TTIP. El chaval, haciendo exhibición de un cinismo más que llamativo, fingió hincharse de orgullo para decir: “No le quepa a usted la menor duda de que si se diera esa situación, el tratado tendría que ser ratificado por el Congreso”, tal como sí poner a los pirómanos a apagar el fuego fuera una garantía.
Albert Rivera aún no comunica bien. Mueve demasiado las manos y su discurso resulta un poco atolondrado hasta el extremo de que por momentos cuesta entender lo que quiere decir,. En mi opinión, se le nota en exceso el ansia de ser confundido con Adolfo Suárez. En su último discurso de la campaña imitó con extraordinaria claridad el ya famoso puedo prometer y prometo, y últimamente le ha dado por plantarse en el centro político cuando que yo sepa su partido no nació con esas señas. El aplomo y la serenidad que le faltan creo que los ganará con el tiempo si no se aburre antes.
Pablo Iglesias me parece que es maravilloso y excepcional con un micrófono , sobre todo expresando quejas y diciéndole a la gente justo lo que ésta quiere escuchar, pero a mi juicio su pasta de buen gobernante es una incógnita y desde luego la imagen estudiantil que proyecta no acude precisamente en su ayuda. Esta situación no cambiará mientras insista en colgarse descuidadamente sobre la camisa abierta una corbata que le cae como un babero y que le da ese aire de payaso que, aunque sea intencionada opino que resulta errónea. Y si puedo terminar con una anécdota personal, en cierta ocasión me ofrecieron entrar en Podemos. Al preguntar por qué, me contestaron que los dirigentes iban siempre con la camisa por fuera y los vaqueros, mientras que yo podía valerme de mi traje para convencer “a electores de mayor edad”. Respuesta recibida cinco minutos antes de mandarlos a paseo.
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