Probablemente es uno de los signos de identidad de los españoles: hacer el tonto delante de una cámara para que nos vean nuestros familiares y amigos. Como enfermo de la información que soy, observo un programa de televisión sobre la crisis del PSOE. Conectan en directo con la calle Ferraz. Es de noche. Durante todo el día, afiliados y simpatizantes partidarios de Pedro Sánchez se manifiestan, muy enfadados. En el momento de la conexión, se ve a una chica joven al fondo de la pantalla. Lleva en la mano un cartel reivindicativo. Está hablando por teléfono. Se mueve como desorientada, buscando algún punto que no sabe muy bien dónde está. De pronto, desaparece del campo televisivo. No tarda en reaparecer. Uno ya se imagina lo que ocurre. Alguien la ha visto en pantalla y le da aviso por teléfono. Ella no sabe dónde está la cámara, pero la busca. Quiere que la vean bien en casa. Al fin se coloca en el lugar idóneo. Así se lo transmiten al otro lado de la línea. Entonces, comienza a agitar su cartel mientras sonríe, feliz de aparecer en los informativos de los que está pendiente una gran parte del país.
Se la nota feliz, y eso que un minuto antes su garganta se estaba quedando afónica de indignación. Es la magia de la televisión, Nada nos hace más feliz que salir en la pequeña pantalla. Da igual que se trate de un partido de fútbol o de la cremación del Partido Socialista. La alegría que da salir en la tele es lo que tiene.
Qué importa la conjuración de Ferraz, qué importa que el Gobierno siga en manos del PP. Todo irá bien mientras salgamos por la tele.
Buenas noches, señor Sánchez.
El espectáculo debe continuar.
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