Me van a permitir que comience recordando una serie de parámetros que serán mencionados a lo largo del artículo. Y permítanme también que lo haga sin expresar juicios de valor, simplemente exponiéndolos.
Saldo por Cuenta Corriente, denominado así al saldo resultante de los movimientos comerciales de bienes, servicios, transferencias unilaterales corrientes y renta.
Fundamentalmente estamos hablando del saldo entre las mercancías y servicios que el país vende y las que compra al exterior.
Si vende más que compra, el resultado será positivo y el país ingresará más divisas de las que gasta. En caso contrario, no tendrá suficiente dinero y deberá recurrir a que le presten. Será necesario conseguir financiación.
Saldo de la Cuenta de Capital y Financiera, es el saldo que arrojan los movimientos de capitales con el exterior en inversión directa, inversión de cartera, otras inversiones y reservas.
En definitiva los movimientos registrados en el mercado de capitales a largo, a corto y en derivados, además de los ahorros o reservas del país.
Si el saldo es positivo querrá decir que existe un excedente financiero y el país contará con liquidez. El caso contrario es aquel en el que se habrá necesitado recurrir a préstamos en el exterior y el país se habrá endeudado.
Balanza de pagos, básicamente es el resultado de la suma de ambos saldos.
Si el país necesita dinero (saldo financiero negativo) pero con lo que vende obtiene ingresos regulares para devolverlo (saldo de la cuenta corriente positivo), no tendrá problemas para que se lo presten.
Si el país necesita dinero y además no es capaz de obtener ingresos con los movimientos comerciales, será difícil conseguir financiación. Tendrá que ofrecer unas remuneraciones muy interesantes para que alguien acceda a prestarle dinero y estará permanentemente vigilando cualquier indicio negativo para exigir su inmediata devolución.
Si por el contrario le sobra dinero (saldo financiero positivo), pero se dedica a comprar más de lo que vende, finalmente acabará gastándolo todo.
Económicamente hablando, el país que consiga vender más que compra y a la vez ahorrar dinero, estará en la mejor situación posible. Tendrá un recorrido muy amplio para aplicar medidas de otra índole, en función del sesgo del gobierno que las administre.
Económicamente hablando, el país que consiga vender más que compra y a la vez ahorrar dinero, estará en la mejor situación posible
Pues bien, volviendo al motivo del artículo quiero recordar que, aunque parezca mentira, los mecanismos del sistema económico que conocemos hoy en día, tienen su origen en la conferencia que 44 países celebraron en 1944 en la localidad de Bretton Woods, en el estado de New Hampshire. Ratificado por consiguiente en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la potencia que saldría hegemónica de la contienda, los Estados Unidos, pretendía configurar el día después en lo referente a la fijación de las reglas por las que deberían regirse en el futuro el comercio, el sistema financiero y el sistema monetario internacional. En definitiva, marcar la política económica de los países de la órbita aliada.
Como pueden imaginar, el escenario de aquellos días no guarda ningún paralelismo con la situación actual del mundo, no obstante sintetizaré los elementos básicos que perduran en la actualidad.
En lo relativo al comercio internacional, se previó la creación de la Organización Mundial del Comercio, en aras a eliminar progresiva y consensuadamente, la aplicación de la multitud de tasas y aranceles que impedían un comercio fluido entre los países. Bien es cierto que este organismo no pudo concretarse hasta 1995, siendo sustituido hasta entonces por diversas rondas negociadoras dentro del Acuerdo General sobre Aranceles de Aduanas y Comercio, el conocido GATT.
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Por lo que respecta al sistema financiero, éste debía estar supervisado, asistido y fomentado por una institución dotada con los fondos aportados por sus miembros, denominada Fondo Monetario Internacional. Actualmente continúa ejerciendo las mismas funciones que le fueron asignadas en su origen. Habiendo sido dotado con ciertos retoques para intentar adaptarlo a la situación actual, su labor suele suscitar el rechazo de quienes se postulan por una actitud más flexible y adecuada a las necesidades particulares de cada país, a la hora de fijar las condiciones para conceder su ayuda financiera y respaldo.
Igualmente se creaba el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo con el claro objetivo de facilitar la reparación de los enormes destrozos causados por la contienda, así como el de favorecer, aunque con carácter tangencial, el desarrollo de los países atrasados. Con el tiempo pasó a denominarse Banco Mundial, nombre con el que actualmente es conocido. Su misión fundamental, la reconstrucción, hace muchos años que dejó de ser el leitmotiv del banco. El desarrollo y la ayuda en situaciones de crisis son sus principales funciones en la actualidad, pero desde la estricta ortodoxia de sus principios fundacionales.
En cuanto al sistema monetario, se estableció un modelo de paridad fija entre las distintas monedas con una fluctuación máxima del 1%, momento en el cual los bancos centrales se coordinarían para el mantenimiento de la paridad. Para dar la máxima credibilidad al sistema, se adoptó la convertibilidad de la moneda estadounidense al patrón oro, o lo que es lo mismo, debía estar respaldada por oro físico en sus reservas centrales, a razón de una onza por cada 35 dólares.
Durante años el esquema funcionó sin mayores problemas, mientras las economías europeas dejaban atrás sus penurias económicas. A la vez, como medida frente al bloque comunista, Estados Unidos regaba de dólares el continente europeo y Japón, financiando diversos programas y comprando todo tipo de bienes para fomentar su desarrollo. Esta política les terminó llevando a un déficit en la balanza de pagos. Es lo que denominaron “el descuido benigno”.
Pero este desequilibrio en los indicadores fundamentales de la economía americana, indujo en 1958 a que los países europeos buscaran más seguridad monetaria mediante la convertibilidad de sus propias monedas, solicitando para ello a la reserva central de los Estados Unidos, el canje por oro de parte de las grandes reservas de dólares que tenían acumuladas. Esto propicia un movimiento de los mercados en busca de la adquisición de este metal ante lo que pudiera representar tal medida, elevando en consecuencia su cotización y llevando al dólar a una situación tan complicada para mantener la convertibilidad, que finalmente hubo que recurrir a la intervención combinada de los bancos centrales para salvaguardar el statu quo del sistema monetario. Éste fue el primer aviso serio que recibía.
Desde que fue decretado el abandono de la convertibilidad, estaba claro que cada moneda debería luchar por su propia cotización a través de los indicadores que ofreciese su economía
No obstante, una vez normalizado el sistema, Estados Unidos mantuvo una política económica poco rigurosa en relación con los datos macroeconómicos fundamentales de su economía. La interminable y costosa guerra en la que se había embarcado con Vietnam, las medidas de gasto público adoptadas a raíz de las elecciones de 1966 y una política monetaria expansiva, acumularon un preocupante déficit en su balanza de pagos.
Nuevamente las presiones sobre el dólar retornaron, y esta vez a una escala desconocida hasta ese momento, ante lo cual solo quedaban dos alternativas razonables: devaluar el dólar para adaptarlo a las existencias reales de oro en su reserva central ó abandonar la convertibilidad. En agosto de 1971, el presidente Richard Nixon decide el abandono de la convertibilidad de su moneda.
La pata monetaria de la política de Bretton Woods empezaba a venirse abajo, y tras dos años de incertidumbre, termina por derrumbarse en marzo de 1973, al decidir los ministros de la CEE la libre flotación de sus monedas frente al dólar.
Desde que fue decretado el abandono de la convertibilidad, estaba claro que cada moneda debería luchar por su propia cotización a través de los indicadores que ofreciese su economía. Una situación totalmente nueva que hacía previsible devaluaciones y sobrevaluaciones de distintas monedas, en un flujo de ventas y compras nunca vivido hasta la fecha. Este escenario impulsó al profesor de la universidad de Yale y premio Nobel de economía en 1981, James Tobin, a exponer una idea para limitar un flujo excesivo de transacciones financieras de ida y vuelta, que pudiera producirse ante incluso simples rumores sobre una moneda. Una medida para conseguir mayor estabilidad en el nuevo esquema monetario que se avecinaba.
Para ello planteó la necesidad de establecer una tasa de entre el 0,10 y 0,25% a todas las transacciones financieras internacionales cada vez que cruzasen una frontera. De esta manera las inversiones productivas (por ejemplo comprar una empresa), que son a largo plazo y más estables, apenas se verían afectadas, mientras que una transferencia que cambiase una o dos veces en un corto plazo de incluso días, vería desincentivados estos traslados, ya que el beneficio obtenido en días por los cambios en busca de mayores tipos de interés, difícilmente podría superar esos porcentajes. Además, los fondos obtenidos con esta medida estarían en poder de los bancos centrales para su uso contra los ataques a sus monedas.
En definitiva, estabilidad financiera para permitir el desarrollo económico.
Pero en fin, es cierto que la pasada década ha visto como se producían sucesivas crisis a lo largo del planeta, al calor de la globalización que los avances tecnológicos han propiciado. Una situación imposible de imaginar cuando se cimentó el actual sistema económico, y que a duras penas se puede manejar con los mecanismos actuales de control.
En un escenario de tanta complejidad, señalar al sistema financiero como chivo expiatorio de todos los males, no deja de ser optar por un atajo cómodo.
Es cierto que la pasada década ha visto como se producían sucesivas crisis a lo largo del planeta, al calor de la globalización que los avances tecnológicos han propiciado
La primera crisis financiera que afectó a un continente, se vivió en Europa a raíz del ataque sufrido por la Lira italiana y la Libra Esterlina en 1992/1993. Es cierto que fueron incidentes que se concentraron en las monedas de países individuales, pero toda Europa occidental se vio implicada en este problema. La velocidad de los acontecimientos jugaba en contra de la posible reacción que se podía dar desde la aún incipiente integración política de la CEE, que ante el estado de conmoción sufrido por la magnitud del envite, se vio finalmente obligada a desmantelar el Sistema Monetario Europeo.
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En ocasiones se ha simplificado el asunto hasta el punto de resumirlo como un ataque especulativo con el que se generaron enormes beneficios, pero en realidad el mercado estaba apostando por la devaluación de ambas monedas, a la vista de que los índices macroeconómicos no respaldaban el valor en el que sus gobiernos las mantenían. Una reacción que puede encuadrarse dentro de la lógica, ya que se estaba pretendiendo asentar la integración económica de los países miembros, sobre valores de monedas en los que había un elevado componente político. Un planteamiento que daba en parte la espalda a los criterios por los que se rige el mercado. En paralelo, los agentes económicos internacionales observaban con incredulidad la cohesión de la política común europea a la hora de hacer frente a este tipo de problemas.
Cuentas que no cuadran e incredulidad del mercado. Podemos concluir el análisis volcando las tintas sobre la palabra especulación, pero estaríamos mirando solamente hacia la parte más fácil del problema.
Sin embargo, la crisis financiera mexicana iniciada a finales de 1994, conocida como Efecto Tequila, que acabaría implicando a casi todo el continente iberoamericano, y la posterior crisis asiática de 1997 (que terminó contagiando a Rusia, a los países del este y finalmente de nuevo a iberoamérica), supusieron grandes sacrificios y poner al sistema financiero internacional en el punto de mira de los sectores más críticos con la creciente globalización de los mercados, aduciendo que aquél se ampara en movimientos puramente especulativos.
¿Fueron los ataques financieros especulativos, en busca de grandes remuneraciones, los causantes del problema ó pudo ser otro tipo de causas lo que motivo el Efecto Tequila?
México estaba viviendo una buena racha económica de la mano del sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Aplicando medidas económicas ortodoxas (para asegurar la mejor de las posiciones posibles a la hora de integrarse en el Tratado de Libre Comercio), la economía mexicana crecía a buen ritmo en un entorno de estabilidad y baja inflación. Una gran parte de los ingresos provenientes de las privatizaciones llevadas a cabo, fueron invertidos en dotar al país de las infraestructuras necesarias para mejorar su competitividad. La paridad establecida con el dólar era una señal de voluntad de rigor, y la credibilidad que significaba para el mercado la próxima integración como socio comercial en un tratado con los Estados Unidos y Canadá, fomentaba los flujos financieros hacia México, tanto en activos a corto como a largo.
Un buen escenario de partida.
Podemos concluir el análisis volcando las tintas sobre la palabra especulación, pero estaríamos mirando solamente hacia la parte más fácil del problema
Pero las cosas fueron cambiando conforme se acercaba la firma del TLC, en enero de 1994. La creciente relación comercial con los Estados Unidos había propiciado un importante incremento de las compras de bienes al vecino del norte, con productos más competitivos, hasta instalar el saldo por cuenta corriente en un preocupante déficit del 7%, que la administración de Salinas trató de solventar emitiendo deuda denominada en dólares.
Con un saldo tan negativo, el Peso no estaba respaldado por los ratios de su economía, es decir, estaba sobrevaluado. Emitir deuda en dólares representaba una muestra de determinación, pero también un riesgo importante.
Como siempre ocurre en la apertura de un mercado, el flujo comercial y financiero que se genera produce una sensación de bonanza, que relaja la conducta de los bancos, incrementa artificialmente el valor patrimonial de los inmuebles y al final se acaba gastando lo que no se tiene.
El último año de Carlos Salinas, continuando con la tradición mantenida en período de elecciones por su partido, el PRI, el gasto público se elevó a unos límites en los que las cuentas del Estado apenas se podían cuadrar sobre el papel. La entrada en vigor del TLC era un bálsamo milagroso, pero los datos económicos estaban diciendo que México podía tener serios problemas para devolver los compromisos contraídos.
Dos acontecimientos coyunturales irrumpieron de forma inesperada en el día a día mexicano.
El 1 de enero de 1994 se produjo un hecho que dejó perplejo a todo el mundo: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional declaraba la guerra al gobierno mexicano. La situación beligerante duró apenas dos semanas pero, mientras se aclaraban los extremos del problema, se produjo un replanteamiento de la postura de los inversores internacionales.
A mayor abundamiento, el asesinato en marzo del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, y del Secretario General de dicho partido meses más tarde, provocaron una gran conmoción en el país y en la confianza del mercado.
Así las cosas, cuentas que no cuadran e inestabilidad política, la paridad con el dólar ya solo era teórica y el mercado (en última instancia, usted o yo como inversionistas) se puso manos a la obra para salvar sus dólares. El resto es la historia repetida: devaluación de la moneda nacional que implica un incremento instantáneo de la deuda, colapso financiero, programas de reajuste que sufren en primera persona los ciudadanos de a pie, generación de fondos internacionales de ayuda, protestas contra la especulación financiera por parte de los movimientos antiglobalización, etc.
Sin embargo, durante esta crisis los países del sudeste asiático permanecieron al margen porque sus indicadores mostraban un panorama económico creíble. En este caso, su hora estaba esperándoles en 1997.
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Los denominados Tigres Asiáticos representaban un modelo de progreso económico. Concentrados geográficamente, conformaban una región emergente basada en el crecimiento sostenido bajo las premisas de previsibilidad económica y estabilidad monetaria.
Su gran competitividad, basada en unos costes de mano de obra reducidos (toda economía pasa por este ciclo al abandonar el subdesarrollo: la primera generación sufre duras condiciones de trabajo, la segunda consigue dar estudios a sus hijos, y la tercera comienza a constituirse en clase media) permitían una expansión continua de las exportaciones, con un saldo positivo por cuenta corriente en apariencia interminable.
Esta situación favoreció la entrada masiva de capital exterior en sus economías, generando un clima de optimismo y riqueza nunca visto en la región. Nuevamente la política de los bancos relajó sus requisitos para la concesión de préstamos, extendiéndose la adquisición de bienes inmuebles. Gran parte de los capitales exteriores también se destinaron a la inversión en inmuebles, con lo que se formó una burbuja de aproximadamente un 30% sobre el valor real de tales activos. Sin embargo, se desaprovechó la situación para incrementar las reservas del banco central y adaptarlas a las nuevas magnitudes monetarias.
No obstante lo anterior, los buenos resultados de la cuenta corriente aseguraban el dinero necesario para devolver el capital que entraba desde el exterior.
Pero en 1996 la moneda japonesa, el Yen, sufrió una devaluación. Este era el principal mercado de destino de las exportaciones de los países referidos, por lo que el primer síntoma de preocupación llegaba a sus economías.
La creciente competencia internacional de las exportaciones chinas junto con el menor consumo en Japón de sus productos, marcaron un punto de inflexión a finales de ese año. El resultado fue el ingreso en números rojos de sus anteriormente imparables saldos por cuenta corriente.
Ya no vendían más de lo que compraban y las entradas de capital se habían destinado a fines no productivos o a compras de bienes en el exterior.
Elevada deuda y sin recursos para devolverla. Mal asunto.
La globalización es un suceso imparable e intrínsecamente positivo, pero es necesario consensuar una nueva política económica de orden global, que pueda regular el sistema económico de una forma efectiva y más justa, garantizando un desarrollo digno para todas las regiones
En julio de 1997, Tailandia decide poner remedio a sus problemas mediante una importante devaluación de su moneda que asegure mayores exportaciones y reequilibre el saldo por cuenta corriente. Es el principio del fin. Acto seguido le siguen Malasia, Filipinas e Indonesia en una espiral que incrementa bruscamente el valor de la deuda en toda la región y desestabiliza los fundamentos económicos en los que se habían basado las entradas exteriores de capital.
Notable incremento de la deuda, escasas reservas de divisas, créditos que se vuelven incobrables, patrimonios devaluados y estancamiento de las exportaciones crearon un escenario económico muy complejo. Ante éste panorama los inversores tratan de salvarse de la quema y exigen masivamente la devolución de su dinero.
Esta incertidumbre genera mayor inestabilidad y termina por salpicar a Taiwán, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y de rebote a otras dos regiones económicamente débiles en esos momentos: Rusia e Iberoamérica. El resultado último fue una crisis financiera global.
Los acontecimientos subsiguientes en cada país directamente afectado podemos repetirlos de nuevo, pero me parece innecesario.
¿Estará próxima la hora de China e India?
En cualquier caso, estos sucesos han sido objeto de fuertes críticas por parte de los sectores sociales antiglobalización, dado que los entienden motivados fundamentalmente por el fuerte componente especulativo de los capitales a corto.
Cierto es que las inversiones a largo generalmente se destinan al sistema productivo y buscan países con estabilidad económica, política, social, estructuras administrativas desarrolladas y fiables y un capital humano cualificado. Pero como frente a estas, las inversiones a corto tienen por finalidad la obtención de rentabilidades en el mercado de acciones y de cambios, es por lo que distintas organizaciones críticas con la globalización han propuesto -para evitar las crisis financieras- la implantación de tasas penalizadoras de los flujos de capital a corto, por entenderlos puramente especulativos, cuya recaudación se destinaría a la ayuda al desarrollo de los países más desfavorecidos. Una especie de rememoración de la idea de Tobin, aunque de su filosofía solo queda la tasa sobre las transacciones.
Es indudable que la creación de un fondo de ayuda al desarrollo puede ser suscrito por todos, pero el razonamiento y los medios son cuestionables porque tienden a obviar las razones empíricas de las crisis.
El intervencionismo demagógico con medidas aisladas es muy peligroso en economía. Variar las condiciones de una parte del sistema puede tener repercusiones impredecibles en otra, de signo contrario al deseado.
En lo que todo el mundo podemos estar sin embargo de acuerdo, es en que el modelo de política económica emanada de la Segunda Guerra Mundial, ya se encuentra obsoleto.
Los mercados se han convertido en inmanejables con políticas nacionales, porque son globales.
Entonces no debemos proponer parcheos puntuales sino aportar soluciones igualmente globales. La única manera de regular y dirigir la economía hacia un modelo más justo de desarrollo para todos, no reside en el intervencionismo. La solución para adaptar el actual modelo a las nuevas necesidades, reside en la aplicación de una política económica con óptica distinta a la ya desfasada de Bretton Woods, y que aporte soluciones desde el análisis económico global, no nacional.
Si alguien está pensando que la globalización de los mercados se puede frenar, acabará como aquellos defensores de los tiros con animales cuando se oponían a los nuevos vehículos a motor. La globalización es un suceso imparable e intrínsecamente positivo, pero es necesario consensuar una nueva política económica de orden global, que pueda regular el sistema económico de una forma efectiva y más justa, garantizando un desarrollo digno para todas las regiones.
Resulta indudablemente complejo, pero al igual que hizo otra generación 60 años atrás, a ésta le toca poner en marcha los mecanismos necesarios para dotarnos de una nueva política económica, acordada y dirigida por nuevos o renovados organismos democráticos con capacidad global, de forma que desde el rigor, marquemos el camino por el que entendemos debe discurrir la economía para ser más equilibrada y justa socialmente.