De inmediato, arqueólogos, genetistas e historiadores, aunaron esfuerzos para confirmar que se trataba  de Ricardo III, el último rey de la Casa de York, que gobernó Inglaterra entre 1483 y 1485, y que inmortalizara Shakespeare en su obra homónima.

El hallazgo se comunicó a un nutrido grupo de periodistas en una rueda de prensa. La demostración de la veracidad se hizo a través del ADN de un carpintero canadiense descendiente directo de los reyes ingleses por vía materna. Pero de inmediato surgieron las primeras dudas, como las de Carles Lalueza, reconocido investigador que tiene en su haber la confirmación de autenticidad de la cabeza momificada del rey francés Enrique IV, comparando su ADN con el ADN de su descendiente Luis XVI procedente de la reseca sangre de un pañuelo escondido en su época en el interior de una calabaza.

Estos misterios históricos me tienen atrapado en cuanto a sus aportaciones a la Historia y el conocimiento de sus personajes. Sin embargo, en la praxis, no dejan de ser conjeturas más o menos verosímiles. Es muy posible que los datos genéticos del carpintero canadiense coincidan con el cadáver hallado, pero ¿es en verdad el del chepudo Ricardo III?

Recuerdo que un amigo, vecino de Ilueca en la provincia de Zaragoza, me comentó que él y otros niños se habían entretenido más de una vez jugando con el supuesto cráneo de Benedicto XIII, el Papa Luna, cuya pelada testa restaba en su ciudad natal proveniente de Peñíscola, lugar en que falleció Pedro Martínez de Luna, que se negó a dimitir y de aquí proviene el adagio: “Se mantuvo es sus trece”. Muy al contrario que su último -por el momento– sucesor, que entiende que la edad y las dificultades que tiene la Iglesia, son demasiado grandes para sus fuerzas. Y es que ¡hasta para la Santa Madre ha llegado la crisis!

Pero volviendo a don Ricardo. En aquel – y en todos los tiempos – las casas reales europeas eran y son, pródigas en hijos ilegítimos. No sería pues de extrañar que cualquier lacayo inglés hubiese fecundado  a la reina de turno y que a partir de entonces la sangre de los Plantegent ya se hubiese perdido en las alcantarillas del tiempo y tanto Ricardo como el carpintero canadiense fueran descendientes de un buen señor. O tal vez el esqueleto encontrado corresponda a un bufón de la corte hijo ilegitimo de algún York.

A los que somos agnósticos, incluso en los aspectos dinásticos, nos hace felices pensar que así son las cosas y que ninguna de esas nobles familias reales son lo que dicen ser. Tampoco los lacayos, palafreneros, lavanderas, criadas, y capitanes de la guardia, han estado tan alejados de la continuidad de las dinastías y de las camas de la realeza.

Algunos autores, entre ellos el historiador Norberto Mesado, dudan de que Alfonso XIII fuera hijo de la reina María Cristina de Habsburgo y que al nacer el último vástago de Alfonso XII, que supuestamente era otra niña, – complicando así el tema sucesorio -, cambiaron los bebés por el hijo ilegítimo del monarca habido con Adela  Lucia Almerich, la amante de turno del rey. Supuestamente la infanta legítima había sido entregada a la madre del varón recién nacido y bautizada como Adelita Almerich Cardet. Hasta el propio maestro Francisco Tárrega, le dedicó una mazurca llamada, Adelita. Parece difícil  demostrarlo, pero ahí está la duda.

Tal vez más verosímil parece la teoría de que  Alfonso XII, fuese hijo de un guapo oficial de ingenieros, nacido en Onteniente, llamado Enrique Puigmoltó y Mayans, a quién la reina Isabel II en un gesto de reconocimiento, le obsequió con la cuna del futuro soberano; sin el permiso del rey consorte Francisco de Asís.

De confirmarse todo esto, la actual dinastía española, descendería de una guardabarrera de la Alquería del Niño Perdido, ese era el oficio de Adela, y de un comandante de ingenieros. Para mí tan nobles como el que más.

Nada nuevo bajo el sol, si consideramos que la abuela de Isabel II, María Luisa de Parma,  a punto de morir, reveló a su confesor, Fray Juan de Almaraz, en fecha 2 de enero de 1819, que ninguno de sus hijos e hijas (tuvo veinticuatro embarazos, 14 nacidos y 10 abortos), eran del rey Carlos IV y que, según palabras de la reina: “La dinastía Borbón en España era concluida”. El fraile lo dejó escrito en un documento fechado en  junio de 1827.

Por tanto,  espero que no se sorprendan las generaciones futuras si encuentran el cuerpo de un supuesto Borbón enterrado en el parking de algún bingo y les sugiero que no traten de comparar su ADN con las gentes enterradas en el monasterio de El Escorial, podría haber muchas sorpresas.