Yo no le voy a votar, y me gustaría explicar de buena fe mis motivos, si puede ser procurando que no se confundan con un ataque al honor del interesado.

Desde el principio me llamó la atención que de todos los jueces de instrucción de la Audiencia Nacional sólo uno se hiciera famoso. Se supone que los casos se asignan a cada juzgado por reparto y que por  lo tanto todos y cada uno de los jueces tenían ocasión por  igual de salir en la tele, pero la casualidad, o  la fatalidad, o quizá otras causas (en realidad otras causas, según me cuentan), condujeron a que siempre fuera Baltasar Garzón el  instructor de los asuntos más apasionantes y sobre todo más mediáticos.

Intrigado por la persistencia con la que la fama llamaba selectivamente a la puerta del juez, consulté a un procurador de los tribunales de Madrid, que aprovechó la situación para despacharse a gusto. Como se trata de alguien de mucha confianza, lo creo a pie juntillas pero no voy a transcribir aquí lo que me contó, primero por no comprometerlo y segundo por no comprometerme yo mismo más de la cuenta. Sólo traslado el pequeño detalle de que se negaba a trabajar en la rama penal únicamente por miedo de que le tocara el juzgado de instrucción núm. 5, justamente el de Baltasar Garzón. Todo el mundo quiere trabajar y ganar dinero, pero para este profesional los sinsabores derivados de tener que funcionar con el 5 superaban los beneficios económicos, así que creo que os haréis una idea de las opiniones de alguien que, a diferencia del 99,99 % de los ciudadanos, conoce el trabajo del exjuez directamente y no a través de la tele.

A mí me gustaría que Garzón fuera lo que parece o lo que vende. Si fuera así, tomaría su decisión como una excelente noticia  para el país y como una promesa de regeneración de la democracia. Imagino que será esto lo que piensan los miles de firmantes del manifiesto en su favor. Lamento no estar de acuerdo con ellos, pero en este punto me temo que estoy mejor informado (aunque sea de segunda mano, porque yo no he visto nada, sólo he escuchado profundos y sentidos lamentos de quien sí sabe) y como conozco a algunos de estos firmantes y sé que se quejan habitualmente de la matrix, pues… creo que podrían estar siendo víctimas de ella.

Una cuestión que me gustaría consultar públicamente es por qué no se montó una plataforma ciudadana de apoyo al juez Liaño, tal como se hizo con Garzón. De hecho, nadie se acuerda ya de él, tal vez porque Liaño era un juez y no un personaje mediático a caballo entre la judicatura, la política y la prensa. Se lo fundieron creo que vilmente porque se atrevió a meterse con Polanco en un asunto que quizá resultaba doméstico en comparación con los temas estrella que siempre le tocaban a Garzón: Las fianzas por los decodificadores de Canal Plus.  El caso no daba brillo, pero sí trabajo. Y parece ser (es lo que se percibe desde fuera) que como  el juez Liaño se metió con un poderoso, perdió y lo echaron a la calle, pero nadie le mostró simpatía  o apoyo. La masa solidaria hispánica, entre bostezos, lo dejó caer, y esta indiferencia no cambió cuando consiguió que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos le diera la razón, algo  que aún no ha conseguido Garzón y que posiblemente no consiga.

“El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dictaminado que Javier Gómez de Liaño no tuvo un juicio independiente e imparcial cuando el Supremo le condenó en 1999 por prevaricación en el caso Sogecable. El Constitucional denegó el amparo solicitado por el magistrado, eso sí, con el voto particular demoledor del ponente. En la sentencia de Estrasburgo, los jueces condenaron a España por unanimidad. Gómez de Liaño está “satisfecho” pero lamenta el via crucis y, sobre todo, que su padre –magistrado del Supremo– muriera sin conocer el desenlace”.

Éste no es un análisis político, sino puramente profesional, y por si alguno lo está pensando, a mí no me manda nadie. Lo único que pasa es que soy especialista en hacerme enemigos diciendo lo que pienso, pero me lo puedo permitir porque ni pertenezco a ningún partido, sindicato o grupo ni tampoco aspiro a ello. De hecho no gano nada contando esto y me arriesgo a unos cuantos bofetones, pero si llegan los aguantaré con paciencia.

Entiendo que Garzón puede haber sido  objeto de una persecución excesiva y no se me escapa el punto de vista coherente aunque poco fino que resume lo sucedido con la conclusión de que el que va contra el sistema está perdido. Es que me siento poco predispuesto a admitir como referentes políticos o morales a personas humanas que han incurrido en delitos. Curiosamente, es lo que sucede con Mario Conde y Baltasar Garzón. Ambos fueron condenados por la comisión de delitos y  a ambos los destruyeron por hacer lo que posiblemente otros hicieron antes y continuaron haciendo después. Los dos eran outsiders no pertenecientes a ninguna familia política, ni financiera, ni aristocrática, que estaban acumulando un exceso de poder. Todo eso lo entiendo, sí. Pero la realidad es que cometieron esos delitos.

No me tranquilizaría ser ciudadano de un país cuyo presidente de gobierno es o vaya  a ser un señor condenado por grabar conversaciones entre unos reos y sus abogados sabiendo que no sólo está prohibido sino que es el juez el máximo encargado de hacer cumplir la prohibición. Me da igual quiénes sean los reos y la sana intención del juez: El fin no justifica los medios. El PSOE y el ministro Corcuera se tuvieron que comer la ley de la patada en la puerta porque, pese a sus intenciones divinas, la iniciativa partía de la premisa contraria, es decir que el fin podría justificar los medios.

Cierto que todos podemos equivocarnos y rectificar. Y cierto también que debemos ejercer el perdón, una vieja costumbre, hoy caída en desuso, que nos bendice y nos colma de bienes espirituales. Pero no me convence esa ingeniería de comunicación orientada a transformar a los verdugos en víctimas y a los ciudadanos con antecedentes penales (no les llamemos delincuentes para no meter el dedo en el ojo) en referentes morales dispuestos a regenerar la democracia y, a fin de cuentas, a salvarnos.

Pero esto que pongo aquí no importa mucho. Mi voto es sólo uno.

José Ortega es abogado y autor del blog de José Ortega