La desconexión creciente entre la población de las sociedades industrializadas y el medio natural ha contribuido a la escasa conciencia ambiental de la ciudadanía. ¿Vamos a continuar mirando hacia otro lado?

En líneas generales, la crisis ambiental y la pérdida de biodiversidad nos preocupan de momento relativamente poco. Si bien una parte del estamento científico es consciente de la magnitud del problema al que nos enfrentamos, gran parte de la población o bien es ajena a la situación o bien actúa como si lo fuera. En el día a día, seguimos viviendo de una forma completamente insostenibleque produce manifestaciones de deterioro cada vez mayores. En las últimas elecciones, ningún partido ha planteado seriamente un cambio significativo de modelo de desarrollo, lo que da idea del grado de importancia que se le concede a la crisis ambiental.

A pesar de los movimientos por el clima y contra la extinción masiva de los últimos meses, la creciente desconexión entre los humanos de las sociedades industrializadas y el medio natural conduce a que la mayor parte de la población no sea consciente de la importancia crucial de la biodiversidad estructural y funcional no ya para nuestra propia supervivencia, sino para nuestra salud y nuestro bienestar físico y emocional. Consecuentemente, tampoco es consciente de la magnitud del colapso del entorno natural en marcha, cuyas consecuencias pueden ser catastróficas para nuestro futuro como especie animal que somos.

Los signos de alarma y la preocupación manifestada por la sección del personal científico especializado en estas cuestiones son grandes y se han materializado, entre otras cosas, en la propuesta del paradigma de la sostenibilidad. Pero la realidad es que los gobiernos no consiguen superar la fase de las declaraciones de intenciones y no acaban de comprometerse seriamente en la adopción de medidas operativas y eficaces para paliar el problema.

Desconectados de la naturaleza

A finales del siglo XVIII, paralelamente al dinamismo intelectual despertado por la Ilustración, se produjeron en Europa una serie de avances tecnológicos formidables que condujeron a facilitar enormemente la vida de las personas. Muy en particular, contribuyeron a disminuir drásticamente la mortalidad infantil y a alargar la esperanza de vida humana. Este episodio histórico, conocido como Revolución Industrial, provocó cambios sociales radicales, muy especialmente en el mundo occidental. Dos de ellos son clave para entender mejor la postura de la especie humana frente a la pérdida de biodiversidad actual.

Por un lado, la densidad de población humana comenzó la escalada exponencial que ha conducido a la situación demográfica actual (de 800 millones de habitantes en 1750 a más de 7.700 millones). Por otro lado, la creciente capacidad de los humanos de hacer frente a las vicisitudes ambientales —de dominar la naturaleza— gracias a la aplicación del método científico, ha tenido como consecuencia nuestro alejamiento progresivo del medio natural. Este se percibe hoy día en los países industrializados como un elemento ajeno a la vida habitual o, en todo caso, como un elemento secundario, tanto en ambientes rurales como, sobre todo, en urbanos.

Resulta ingenuo pretender que una especie de nuestro tamaño corporal y con nuestras demandas per cápita de energía, agua y alimento no ejerza una gran presión sobre el entorno, dada nuestra densidad de población anormalmente elevada.

Oídos sordos ante las voces de alarma

Hacia mediados del siglo XIX surgieron los primeros movimientos ecologistas como respuesta al deterioro ambiental. Sus fundamentos fueron emocionales, pero sembraron la semilla del pensamiento conservacionista. A partir de la década de los 70 del siglo pasado, se generalizó la aplicación del método científico sobre las ideas conservacionistas y surgió la disciplina de la Conservación Biológica.

El Club de Roma, haciéndose eco de las primeras advertencias científicas, encargó al MIT el informe Los límites del crecimiento (1972), que ha sido actualizado varias veces. Pero pese a los esfuerzos realizados posteriormente, concretados en varias reuniones (o cumbres) que han tratado de definir estrategias para la conservación de la biodiversidad, las dinámicas sociales y económicas subyacentes a la crisis de extinción actual han seguido las mismas tendencias generales. De esta manera, el paradigma que sigue gobernando nuestras actividades es el del aprovechamiento máximo e intensivo de los recursos naturales. Un modelo que, según se ha constatado, es insostenible.

Las predicciones del informe original Los límites del crecimiento, que se habían considerado alarmistas en su momento, fueron revisadas por científicos de la Universidad de Melbourne en 2014. Estos demostraron que casi todas las tendencias previstas se habían cumplido con bastante exactitud. Por ello, en 2017 se publicó una Segunda advertencia de los científicos del mundo a la humanidad. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo de conservacionistas y educadores ambientales en divulgar este documento, su alcance entre la ciudadanía ha sido muy limitado.

La situación actual: Informe IPBES 2019

En este estado de cosas, el Informe IPBES 2019, presentado en París en mayo y auspiciado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), ha supuesto una actualización exhaustiva del estado de la biodiversidad global.

El mensaje fundamental postula que las tasas actuales de extinción y declive poblacional de especies silvestres justifican la afirmación de que hemos entrado en una fase de extinción masiva y que las causas próximas hay que buscarlas en la acción humana sobre el medio natural.

Además, alrededor de un millón de especies de organismos diversos se enfrentan a su extinción por causa de la acción humana, ya sea inminente, ya durante las próximas décadas. La mayor parte de la información que da pie a esta afirmación está muy sólidamente justificada y contrastada, y queda reflejada anualmente en la red de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Lo cierto es que resulta difícil proponer estimaciones concretas (sin margen de error asumible) sobre el número de especies en peligro de extinción inmediato. Entre otros motivos, porque se desconoce el número concreto de especies que habitan el planeta y se ha evaluado solamente una parte relativamente pequeña del total de las especies conocidas. Pero lo que está fuera de duda es que la acción humana actual representa una amenaza muy seria para la biodiversidad, y por lo tanto, y especialmente, para nosotros mismos.

El informe puede suponer un aldabonazo que sacuda las conciencias de ciudadanos, políticos y gestores para activar seriamente soluciones operativas y eficaces. Urge, pues, escuchar a los expertos y aplicar rutinariamente criterios científicos y rigurosos. ¿Vamos a seguir mirando hacia otro lado?


José Luis Yela García, Profesor Titular de Zoología y Conservación Biológica, Universidad de Castilla-La Mancha