Creo que asì se ha abierto un debate difícil de resolver; o de una especie de resolución que aparece en la forma de nuevas preguntas: ¿es necesario poseer una respuesta definitiva? Si estamos ante otra epistemología, ante otra concepción y experiencia de mundo, repito: ¿es necesaria una definición tal como la pedimos para nuestros conceptos relevantes de las lenguas occidentales modernas? ¿O se trata de otra relación con el discurso, con la ideología, con la palabra (una idea del ritual)?
Todo indica, creo yo, que nos encontramos ante lo que podemos llamar una “idea movilizadora”, que es también un significante abierto y flotante. Uno que permite aunar voluntades y visualizar desde nuestro presente un tipo de futuro político para un grupo humano que tiene la forma de una nación o una pluralidad de naciones en un territorio. Su función y estructura significa un “gran sueño de futuro”, la forma de una promesa. Es el nombre de una esperanza positiva y optimista. En verdad una inquietud utópica, que obedece a la necesidad de darse un horizonte social y compartido de sentido.
En nuestro Occidente moderno –y en Latinoamèrica dominante-, las utopías estàn en la desilusión de una retirada. Hemos experimentado su aspecto negativo; los porfiados hechos nos han enseñado a desconfiar de ellas. En Chile vivimos la forma de una utopía socialista, que terminò en una derrota política de dimensiones –y en su lugar ocurrió la dictadura programática de la clase en la vereda opuesta-.
En estos tiempos la política acontece como pragmatismo, la negociación, o la resolución de problemas sociales sectoriales. Una experiencia de corrección de las políticas según el signo de los intereses de grupos, generalmente de corto plazo. Una ideología de la diferencia, de reivindicaciones de minorías, ha reemplazado una desprestigiada versión utópica. Pero entonces no hay proyecto, hay políticas pùblicas pero no proyecto sociopolítico en el sentido fuerte de la palabra.
Entonces tal vez del “buen vivir” no debamos buscar el significado de un concepto definido, de un discurso resuelto (¿què discurso de verdad lo està?). No hay que subsumirlo en la concepción moderna de la ideología política: programa racional para la sociedad y el mundo; conquista del poder; transformación de la idealidad en políticas pùblicas. Tampoco se trata simplemente de traducirlo a la cosmovisión de las ciencias modernas, restándole, de partida, la riqueza de sus múltiples procedencias.
Pero, ¿qué poseemos a cambio?, ¿dònde nos posicionamos en nuestra política?, ¿cuàl es la alternativa, la alternativa de estructuras a un mundo experimentado como injusto? Ella debe cuestionar, se dice, la “civilización donde se construye y levanta actualmente la humanidad”. Se trata pues de una alternativa de paradigma y mundo.
Paradigma y utopia, ellas ocupan la función de un proyecto en el largo plazo. Dice Eduardo Galeano:
“al preguntarse qué es la utopía: caminas un paso y la utopía está dos pasos más lejos, caminas 5 y está 5 pasos más allá; pero entonces ¿para qué me sirve la utopía?, para caminar.”
Para un mundo de libertades, de derechos, y de una transformación de las relaciones de poder. Para una efectiva convivencia en «armonía” con la Naturaleza –el respeto de la biodiversidad y la escala de dimensiones de los ecosistemas-. E importante: cambio en los patrones de producción y de consumo de bienes, de modo que lo comunitario sea primero. Y con todas las pragmáticas: que construyamos una sociedad con mercado y no una sociedad de mercado.
Alguna concepción que podemos resumir como “buen vivir” la hallamos por todos los grupos humanos. Es el sumak kawsay en lengua kichwa –el pueblo habitando la cuenca amazónica del actual Ecuador-, y cuya traducción aproximada es un “vivir pleno” de origen ancestral. Plenitud de la vida humana en cierta especie de humanismo. Una versión mejorada de los “Estados del bienestar” del siglo XX occidental y sus políticas de aseguramiento de las “necesidades básicas del ser humano”. Y al otro lado del mundo -y de la historia-, la eudaimonìa, felicidad de una buena vida, una vida virtuosa, de un lejano (y cercano) Aristòteles.
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