Seis meses que han concluido con una campaña electoral surrealista en la que los discursos desde las barricadas se entremezclaban con charlas simpáticas en la cocina de Bertín Osborne. Todo para eclipsar y sustituir lo verdaderamente importante: el debate en torno a las propuestas. Y al final, como siempre, la factura nos la han pasado a todos los españoles: 160 millones de euros nos han costado estas segundas elecciones. ¿Y para qué? Para llegar, si no al mismo lugar, sí a uno muy parecido. Sin regeneración la estabilidad política no será posible. Ha llegado el momento de superar de una vez por todas la política de bandos e impulsar una política de pactos que modernice una España en la que no debe haber espacio ni para la corrupción, ni para la impunidad ni para el sectarismo.
Mientras que en países como Finlandia, Dinamarca o Alemania las coaliciones de gobierno están a la orden del día, en España existe un guerracivilismo enfermizo que frena cualquier posibilidad de regeneración y cambio. De las sedes de nuestros principales partidos políticos emergen infinidad de enfrentamientos artificiales, muy rentables electoralmente, pero que, tal y como me dijo Manuela Carmena tras el 20D, nada tienen que ver con los problemas de los ciudadanos.
Los ciudadanos en España hace tiempo que alcanzamos la mayoría de edad. Ahora es el turno de nuestros políticos. Ya está bien de criminalizar al adversario político. Ya está bien de despertar las más bajas pasiones y dividir España en buenos y malos. Vivimos un momento excepcional, en el que los populismos –de uno y otro signo- están haciendo estragos, como estamos viendo en Grecia o en Reino Unido. Necesitamos políticos a la altura de la circunstancias.
Pablo Blázquez, editor de Ethic
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