El Sol se escapa tras las montañas
Deja ese tono rojo como recuerdos del instante anterior, vuelves a mirar y ya no están.
La vida a veces tiene sus cosas así en que damos por hecho lo que recibimos. Pensamos que todo va a estar igual … y no.
Hay personas que nunca se han planteadas que las cosas pueden cambiar. Te levantas una mañana y el trabajo de toda la vida ya no existe: te retiran del puesto, te despiden, se pierde tanto que desaparece la empresa.
¿Y qué voy a hacer ahora?
Luisa nunca pensó en trabajar en otra cosa. Jaime nunca pensó que su mujer algún día podría no estar.
Luisa se cansó de los desmanes y de la ausencia de Jaime. Estaba agotada de excusas y de fingir que se las creía. Harta de doblar jornada y de que su único descanso fueran unas horas de mal sueño, se quejaba cada mañana de cómo era su vida. Triste e insulsa.
Un día a las cuatro de la tarde, recibió un sobre en su mesa de trabajo. Era un sobre marrón, sin cerrar, sin nombre. No le dio tiempo ni a ver la cara de quien lo llevó. Eran muchos en la empresa. “Es para usted Luisa”, dijo la voz sin rostro.
Hizo una mueca de duda, mientras se quitaba los auriculares y pausaba la entrada de llamadas a su terminal.
Cogió el sobre como quien coge la pizza que acaba de llegar, miró dentro y sacó el papel que había dentro.
Sus ojos se fijaron en la palabra “Lamentamos”. Su corazón parecía trotar y temió que todos escucharan su latido.
Ni lo esperaba.
Al salir de la oficina, Luisa no era capaz de escuchar nada. Sentía que su móvil sonaba en el bolso pero no era capaz de contestar. No era capaz de nada. Solo caminaba. Ese día caminó de vuelta a casa.
Estaba sola. Como siempre.
Al llegar a casa soltó el bolso en la mesa y miró la lista de mensajes en el móvil. Leyó un mensaje con remitente desconocido que enviaba un nombre y un número de teléfono. Empezó a teclear:
¿Quién eres? Escribió.
Alguien a quien hace mucho tiempo tú ayudaste. Te devuelvo el favor.
Luisa tomó aire profundamente, se enfocó: buscó un nombre en su lista de contactos, nerviosa y decidida.
Llamó.
Jaime salió del trabajo, casi siempre salía de los últimos, con un grupo habitual que tenía por costumbre ir a tomar unas cervezas. El grupo era una mayoría de divorciados con conversaciones sobre las conquistas del fin de semana y los escarceos en redes. Anhelada esa libertad.
“Y tú Jaime, ¿cómo te organizas tío para andar con dos a la vez? Eres el que más suerte tienes. No te quejarás…”
Con desparpajo contestó: “¡No creáis! Es un lío de la leche, tengo que llevar una agenda para que no me pillen. Un día de estos la lío”.
Todos rieron a carcajadas.
Ya era tarde, echó un vistazo al móvil. No había ninguna llamada de Luisa, a esas horas ya había llamado y escrito varios mensajes cada día. Escuchó los mensajes de voz de su otra chica mientras sonreía.
Salía del bar, hacía un poco de fresco, se subió el cuello de la chaqueta.
Decidió caminar hacia casa, le parecía muy raro que Luisa no hubiera llamado. ¡Casi mejor!, pensó.
Metió la llave en la puerta de casa. Había puesto una nueva cerradura porque la anterior hacía mucho ruido “clac, clac, clac” y se enteraban hasta los vecinos de que llegaba.
La casa estaba a oscuras. No solía estar así pero no pensó mucho. Las cervezas le estaban dando dolor de cabeza.
Fue directamente a la habitación, sigilosamente se quitó la ropa tirándola al lado de la cama. Retiró el edredón y se dejó caer. No tardó nada en dormirse.
Salía el sol y empezaba a llenar el día de claridad.
Luisa sacó los pies de la cama. Le gustaba sentir fresco antes de levantarse. Sonó el teléfono, descolgó, una voz dijo: “Son las 7 y media de la mañana”.
Se sentó en el borde de la cama, se miró los pies y seguidamente las manos. Absorta pensó que sus manos, como su vida, estaban vacías.
Se vistió, cogió su bolso y salió, cerrando despacio la puerta para no despertar a los demás. En los hoteles se oye todo. De camino a la cafetería para desayunar, sintió un nudo en el estómago; hambre y emoción, pensó.
Hoy comenzaba su nueva vida. Por fin iba a dedicarse a lo que siempre había deseado. Con el dinero del despido organizó todo. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan llena aunque sus manos parecieran vacías, aún.
El teléfono de Jaime sonaba una y otra vez. Estaba tan dormido… no sabía qué día era. La cabeza le daba vueltas. Finalmente fue capaz de coger el móvil. Se había dormido. ¡Luisa! ¿por qué no me has despertado?, gritó.
Luisa no estaba. Recordó que ella no había llamado el día anterior, y que la casa estaba a oscuras cuando llegó. Había respondido a los mensajes de buenas noches de Rocío mientras caminaba de vuelta.
El móvil seguía sonando. Finalmente contestó a un número desconocido.
“¿Jaime? Soy Alberto Aguilar, abogado de Luisa. ¿Podemos hablar en mi despacho hoy a las cinco? Se trata de una demanda de divorcio”.
No fue capaz de articular más que un leve “sí”.
La cabeza empezó a zumbar y el corazón corría solo por su cuenta.
Se vistió, mientras llamaba a un coche para llevarle rápido a la oficina.
Un café bebido en modo automático le provocó nauseas. O quizá de pronto sentía asco de sí mismo. Nunca había querido hacer daño a Luisa pero no le hacía caso alguno.
Un mensaje entrante y reenviado por Rocío decía:
“Rocío, soy Luisa, la mujer de Jaime. Solo quiero decirte que no te conozco personalmente pero creo que debes de saber que durante muchos años sabía que existías.
Yo me he cansado de mentiras y me voy.
Imagino que no es fácil para ti leer esto. No me conoces, pero te aseguro que no hay ninguna mala o segunda intención.
Si te escribo es porque me hubiera ahorrado mucho tiempo de dolor de haber podido tener la certeza de vuestra relación. Ha sido culpa mía, tenía miedo de la verdad, del vacío, nunca he mirado su móvil y no te podía localizar. Tampoco tuve valor para pedir ayuda a alguien.
Quiero suponer que te hago un favor contándote esto y que te facilito las cosas. Las personas sentimos miedo de perder lo que tenemos seguro y nos tiene que ocurrir algo para dar el salto. Y eso me ha pasado a mí
Ayer me despidieron de mi trabajo de muchos años, cuando iba asustada por la calle llegaban mensajes que no leí hasta más tarde. Alguien, desde un número desconocido, me envió tu nombre y un número, este al que escribo. Lo cuento sólo para dejar constancia de que he respetado la privacidad, de vuestra vida no sé nada.
Si os queréis, pienso que sí, os deseo lo mejor.”
Jaime no supo qué hacer.
Moraleja
La vida es más corta de lo que parece. El miedo, las dudas, mantener una posición social, el qué dirán, la escasa confianza en nosotros mismos, lo poco que nos queremos, el egoísmo, entre otros factores… nos llevan a mentir y a mentirnos. A vivir con una ceguera existencial, no vemos lo que hay delante de nosotros, y mucho menos lo que nos rodea.
La vida nos quita la venda y los anclas y nos invita a volar, a soltar lastre y a ser honestos con nosotros y con los demás.
Lo que de verdad importa se despliega como magia en momentos difíciles.
El tiempo que no es sino la vida vivida porque el futuro es una ilusión de poder vivir más, es precioso, un tesoro, que damos por hecho.
Por ello, deja de vivir con esas anclas en situaciones dolorosas.
Si te ves atrapado o atrapada, pide ayuda. A veces solo una llamada es suficiente.
Nada de lo que te haya pasado es nuevo para la humanidad. No sientas vergüenza. Muchos, muchas han pasado lo mismo que tú.
Pide ayuda.
Vive plenamente. Es el regalo de la vida.
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