La pandemia de COVID-19 está causando estragos en Chile a una velocidad sin precedentes. Hay más de 300.000 casos confirmados y tiene una de las tasas de infección per capita más altas, 13.000 casos por cada millón de personas. La economía está experimentando las graves repercusiones de las restricciones provocadas por la COVID-19 y un indicador de ello es la históricamente alta tasa nacional de paro del 11.2 % . Las y los chilenos han tomado las calles para protestar por el mal funcionamiento del gobierno de derecha del multimillonario presidente Sebastian Pinera y las fuerzas de policía han respondido agresivamente matando a tiros a un joven manifestante.

En medio del caos provocado por el coronavirus el sector del litio chileno está preparado para expandirse económicamente ya que se prevé un aumento de demanda. Albemarle, una corporación con sede en Carolina del Norte y una de las dos empresas que extraen litio del Salar de Atacama junto con la Sociedad Química y Minera (SQM), afirmó que “la actual caída de los precios asegura un próximo déficit de oferta, sobre todo debido a que la crisis retrasa los proyectos de expansión”. TDK, una multinacional japonesa de empresas electrónicas y gigante de las baterías, predice que el mercado global va a ser testigo de un auge de la demanda de litio. El director general de la empresa Shigenao Ishiguro declaró en una entrevista que la “transformación digital es una enorme oportunidad para nosotros y no tenemos duda de que el coronavirus llevará al mundo a ir en esa dirección a un ritmo más rápido”.

A pesar de la pandemia de COVID-19 se espera que el mercado de las baterías crezca “a una tasa de crecimiento anual compuesta de aproximadamente el 7 % durante 2019-2024. Se prevé que el mercado de cátodos para baterías de iones de litio, la batería recargable de coches más común, pase de 7.000 millones de dólares en 2018 a 58.800 millones de dólares en 2024”. Según Bloomberg, la pandemia puede ser una oportunidad para el mercado del lito “con al menos algunos gobiernos, incluidos los de Alemania y Francia, que utilicen los fondos destinados a la recuperación del virus a ayudar a acelerar una transición desde motores de combustión interna a alternativas alimentadas por baterías. Francia ofrecerá unos 8.000 millones de euros (9.000 millones de dólares) a su sector del automóvil para fomentar el apoyo a los vehículos eléctricos; el paquete de estímulo de Alemania incluye unos 5.600 millones de euros para el sector y requerirá que las gasolineras instalen unidades de carga”.

Una probable intensificación de la explotación del litio en Chile no augura nada bueno para la clase obrera ni para las innumerables comunidades indígenas como los atacameños, licanantay, colla, aymara y quechua que viven en el desierto de Atacama. La manifestación más reciente de las prácticas de explotación de las empresas mineras de litio ha sido el mantenimiento de la “continuidad operacional” para lograr un impacto mínimo en la producción. Esto se traduce básicamente en una política de maximización de los beneficios, brutalmente indiferente a las condiciones existenciales de las personas trabajadoras. En la región minera de litio de Antofagasta el índice de casos positivos de coronavirus fue un descomunal 46.1 %. Además de esta pura imposición de la violencia necropolítica a la clase obrera, el pueblo indígena también se tambalea bajo las presiones de la extracción de litio en forma de una crisis de agua. Aunque se ha dedicado especial atención a los problemas de escasez de agua en las zonas urbanas, es importante recordar que las comunidades indígenas que viven en el Salar de Atacama también se enfrentan a una grave escasez de agua provocada artificialmente por las operaciones de [extracción de] litio. En esta región minera las actividades relacionadas con la extracción de litio han consumido el 65 % del agua, uno de los muchos daños medioambientales que sufre el ecosistema del desierto de Atacama debido al imperialismo del litio que actúa sin trabas.

En vez de considerar un fenómeno aislado la constante presión a la que se somete a la clase obrera y a las comunidades indígenas de Chile hay que contextualizarlo en la estructura global del imperialismo del litio. El imperialismo del litio se instaló como una fracción del capital global y de la producción de productos básicos primarios debido a dos acontecimientos importantes: la mina planetaria y el extractivismo verde. En primer lugar, la mina planetaria, como afirmó Martin Arboleda, “designa un terreno intrincado en el que coexisten las vallas, los muros y las fronteras militarizadas con extensas cadenas de suministro y complejas infraestructuras de conectividad”. Esto denota el establecimiento de un exoesqueleto económico extractivo a escala planetaria por medio del uso simultáneo de técnicas violentas y militarizadas de opresión y control.

En segundo lugar, el extractivismo verde se refiere a “la subordinación de los derechos humanos y los ecosistemas a la extracción sin fin en nombre de «solucionar» del cambio climático”. El litio funciona como una importante modalidad para sustituir el extractivismo de combustibles fósiles por el extractivismo ecológico y mantener constantemente un sistema implacable de mercantilización. En vez de “abordar la hinchazón sistémica de las economías del Norte y las excesivas exigencias de los recursos del mundo que supone”, el extractivismo verde del litio permite a los capitalistas estabilizar la desigual arquitectura imperialista entre los países centrales y periférico. Por ejemplo, Tesla utiliza el discurso de los vehículos electrónicos para encubrir su matanza capitalista de América Latina con las apariencia cosmética de cambio climático.

El imperialismo del litio indica la amalgama cohesiva de la minería planetaria con un discurso de extractivismo encubierto del cambio climático. La fusión de estas dos estrategias diferentes inicia un reinado de hiperexplotación, extracción, violencia y desposesión en nombre del cambio climático. Pero el bombo propagandístico de una transición energética que en realidad se alimenta del cuerpo de las personas trabajadoras oprimidas del Sur Global ensombrece sórdidamente esta opresiva parte más baja del negocio del litio. Por consiguiente, el imperialismo del litio implica la perpetuación de las relaciones núcleo-periferia bajo el régimen discursivo del cambio climático.

Chile es una víctima del imperialismo del litio contemporáneo debido a sus vastas reservas de litio. Este país cuenta con un 48 % de las reservas totales de litio del mundo, lo que equivale a 7.5 millones de toneladas, de las cuales 6 millones de toneladas están en el Salar de Atacama. Chile forma parte de la zona rica en litio que la burguesía ha bautizado y mercantilizado como el “Triángulo de litio”, que está formado por el norte de Chile, el norte de Argentina y el sur de Bolivia, y contiene un 70 % de los depósitos de salmueras de litio del mundo. Aparte de la abundancia de litio, Chile también es atractivo para los neoconquistadores del litio “debido a que cuesta entre 2.000 y 3.800 dólares por tonelada extraer el litio de la salmuera, frente a los entre 4.000 y 6.000 dólares por tonelada que cuesta en Australia, donde el litio se extrae de la roca”. El costo de capital para la exploración y la construcción es menor en la extracción de salmuera que en la de roca dura debido a las diferentes ubicaciones de los lagos de salmuera y de las reservas de litio de roca dura: “Un proyecto de [extracción de] roca dura en un lugar montañoso remoto con acceso limitado a la infraestructura de transporte y de energía requerirá mucho más dinero en el presupuesto de exploración que un salar en terreno llano […] con carreteras mineras bien establecidas y conexión a la red eléctrica”. Por lo que se refiere a la calidad el Salar de Atacama “tiene las reservas de litio de mejor calidad en términos de concentración de litio a potasio, así como una baja proporción de magnesio a litio”.

Los depósitos de salmuera de litio de bajo costo y alta calidad han supuesto la perdición para la población indígena que vive en el Salar de Atacama. Aunque para los capitalistas la extracción de salmuera de litio es viable económicamente, tiene unos efectos nocivos respecto a la disponibilidad de agua y, por lo tanto, es perjudicial para el metabolismo social de las comunidades indígenas. En la extracción de salmuera de litio “se pierde por evaporación hasta el 95 % del agua salada extraída y no se recupera”. Además, para extraer una tonelada de litio de la salmuera se necesitan 500.000 galones de agua. Se han concedido licencias a las dos empresas que operan en el Salar de Atacama, Albemarle y SQM, “para extraer casi 2.000 litros de salmuera por segundo”. Además del agua salada las empresas mineras “necesitan agua dulce para limpiar la maquinaria y las tuberías, y también para producir un producto auxiliar de la salmuera (potasa) que se utiliza como fertilizante”. Un indicador del uso de agua dulce que hacen las empresas mineras es el hecho de que entre 2000 y 2015 la cantidad de agua que se extrajo de Atacama fue un 21 % mayor que el flujo de agua a esa zona.

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Según un informe del Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, “el mayor impacto socioambiental de la minería de litio radica en el gasto indiscriminado de agua para la evaporación de las salmueras y la producción de las faenas necesarias. Teniendo en cuenta que el Salar de Atacama se encuentra en una de las regiones de mayor aridez del mundo, en el desierto de Atacama la extracción a gran escala de agua y el procesamiento básico de las salmueras de litio generan graves daños a los frágiles ecosistemas que dependen de esas fuentes”. En el mismo informe se señala que “las comunidades originarias de los salares altoandinos sufren graves daños ambientales por la extracción indiscriminada y escasamente controlada desde los depósitos hidrosalinos de los salares, lo que refuerza así su histórico lugar de marginación, explotación y subordinación”.

Esto indica que la escasez de agua no es un fenómeno localizado, limitado a un mero agotamiento de los niveles de agua, sino que la escasez de agua contribuye a un empobrecimiento generalizado de los pueblos indígenas y degrada drásticamente su vida cotidiana. El deterioro de las condiciones de vida se produce, entre otras cosas, por la degradación del suelo y de las cubiertas vegetales. En la región de Atacama las colectividades indígenas cultivan quinua y cuidan llamas. Para que las plantas de quinua crezcan se necesita un suelo uniformemente húmedo y para el cuidado de las llamas se necesita una cubierta vegetal adecuada de la que puedan alimentarse. Pero la actividad con litio ha socavado ambas condiciones previas y la Escuela de Sostenibilidad de la Universidad del Estado de Arizona informa de que “se ha descubierto que ampliar la superficie de extracción de salmuera de litio un kilómetro cuadrado supone una disminución significativa del nivel medio de vegetación y de humedad del suelo”.

Mediante la desorganización deliberada de las configuraciones ocupacionales tradicionales las empresas de litio pueden colonizar culturalmente y proletarizar las prácticas espirituales y agropastorales de las comunidades indígenas. En las cadenas de valor internacionales del litio se oculta cruelmente el sometimiento total de los pueblos indígenas a las deformadas lógicas de la movilidad electrónica y, como afirma el Observatorio Plurinacional de Salares Andinos, “la incesante producción de aparatos electrónicos desechables y el creciente mercado de autos eléctricos para la transición energética de los países del Norte Global […] se está transformando hoy en la principal amenaza para la subsistencia de cualquier forma de vida en las cuencas que albergan estos depósitos mineros [de litio]”.

La población indígena chilena no ha consentido las operaciones económicamente destructivas y culturalmente catastróficas de las empresas mineras y han reaccionado firmemente contra el imperialismo del litio. En 2019 protestó contra los mecanismos de extracción de salmuera de litio que requieren un uso intensivo de agua y, paradójicamente, el Estado respondió acusando a algunas comunidades de “robar agua”. El desencadenante inicial de las protestas fueron los poco limpios acuerdos de SQM según los cuales “la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) de Chile firmó un contrato con SQM que le permitía triplicar la extracción de litio en los años siguientes y prolongar hasta 2030 su acceso a la minería en el Atacama”. El hecho de triplicar la extracción de litio hasta 2030 aumentó la cuota de extracción de litio de SQM a 350.000 toneladas. No es totalmente casual que un mes después del acuerdo Eduardo Bitran, presidente de CORFO, se reuniera con Tesla para proponerle “un proyecto según el cual SQM proveería salmuera, la materia prima con la que se produce el litio, al fabricante de automóviles para refinarlo en Chile como el componente de baterías, el hidróxido de litio”.

Los pueblos indígenas protestaron para mostrar su oposición a este intrincado complejo de imperialismo del litio. Estas protestas se sincronizaron fácilmente con las más amplias protestas antineoliberales que se produjeron en Chile y fomentaron la alianza entre la clase obrera u la población indígena. Pero este movimiento de la clase trabajadora y de las personas indígenas fue pronto suprimido por el Estado chileno que, con el fin de estabilizar el neoliberalismo y el imperialismo del litio, reprimió las protestas por medio de detenciones rápidas, la declaración del estado de emergencia y el despliegue de más de 9.000 soldados. Gracias a la protección que le proporcionó el Estado el director general de SQM, Ricardo Ramos, pudo afirmar que las protestas no “serán un problema fundamental para nuestros objetivos empresariales a medio y largo plazo”. Además añadió que “a pesar de la situación en Chile vamos a entregar nuestros productos a nuestros clientes según nuestras previsiones anteriores”. De las declaraciones de Ramos inferimos que existe un acuerdo estructural para consolidar el imperialismo del litio: empresas como SQM explotan económicamente y hegemonizan culturalmente las zonas ricas en litio; la población indígena se enfrenta combativamente a los mecanismos depredadores de estas empresas; el Estado chileno interviene finalmente para regularizar las operaciones mineras mediante la desactivación violenta de las protestas.

Aunque puede parecer que las protestas de 2019 contra la extracción de litio fueron una erupción espontánea de ira, debemos examinar brevemente los antecedentes históricos contra los que tuvo lugar. Aparte de firmar un acuerdo sospechoso sin consulta alguna, “se ha investigado a SQM debido a varios casos de evasión de impuestos, lavado de dinero y financiación ilegal de campañas. En un gran escándalo público en 2014 se descubrió que políticos de todo el espectro habían recibido grandes cantidades de dinero para velar por los intereses de la empresa”. SQM también tiene el dudoso honor de haber causado importantes conflictos y, por ejemplo, en 2007 hubo un enfrentamiento entre la empresa y la comunidad de Toconao debido a que esta empresa había aumentado de la extracción de agua de pozos no autorizados y contaminado las fuentes de agua al descargar aguas residuales. También Albemarle también ha ido avanzando hacia un imperialismo del litio sin lucha de clases y en 2017 CORFO modificó el acuerdo de la corporación de modo que Albemarle obtuvo “litio suficiente para producir más de 80.000 toneladas anuales de sales de litio técnicas y de grado de batería durante los próximos 27 años en sus instalaciones de fabricación de baterías en expansión en La Negra, Antofagasta”.

El rápido aumento de la producción de litio por parte de dos empresas en Chile ha beneficiado a importantes empresas electrónicas como Samsung, Apple y Panasonic. En el sector automovilístico Toyota, General Motors, Tesla, Volkswagen y BMW son algunas de las empresas que están obteniendo ventajas económicas de las fuentes de litio de Chile. Las figuras 1 y 2 muestran el circuito múltiple y laberíntico del litio en el mercado internacional. Para saciar la ávida sed de litio que tienen diferentes empresas ha habido un aumento global de la producción y la expansión contemporanea de la producción chilena de litio respecto a su producción mundial indica el papel que desempeña Chile en saciar el hambre de litio de la “fiebre del oro blanco”: “El valor de la producción chilena de carbonato de litio aumentó a 200 millones de dólares en 2007, a 500 millones de dólares en 2012 y a más de 800 millones de dólares en 2017. Superó los 1.000 millones de dólares en 2018. Hubo un aumento paralelo del valor de la producción mundial de litio de primera etapa, que alcanzó los 484 millones de dólares en 2007, 998 millones de dólares en 2013 y 2865 millones de dólares en 2017”